EL VALE DE RON DEL MONO TODARO
Hoy revisando el archivo neuronal de mis pensamientos, guardada en el disco duro de mi materia gris, encontré una carpeta en PDF, dedicada a las anécdotas más interesantes de nuestro Nobel de literatura, y elegí una muy típica y coloquial, sobre todo para los cataqueros que tuvieron el honor, de una forma u otra, de vivirla y para los de otras tierras como yo también, porque fui espectador de esa historieta, que quiero compartirla con todos ustedes. Claro que si usted es de Macondo (Aracataca) ¡la vive mejor!
El Monito Todaro en Aracataca era todo un personaje, digno de adornar las letras de cualquier novela costumbrista, incluida Cien años de soledad. Amante del etanol, alegre y dicharachero como él solo, deleitaba a sus coterráneos solo con su figura agradable, imagínenselo cuando el alcohol etílico estimulaba más su creatividad.
En esa época de mi infancia feliz y bien vivida, durante mi estadía en el pueblo yo lo recuerdo con nitidez fotográfica, porque lo palpé muy cercanamente, y aunque parezca una adivinanza yo les pido paciencia y lectura detenida para explicarles el porqué de la cercanía casi familiar y así desenvolver la madeja de hilo:
El Mono Todaro era hermano de Fidel Todaro, quien a su vez era el esposo de Silvia González Palmarini (la Nena Cotorré), hermanita de Alcira González Palmarini (Dilla), esposa de mi tío Guillermo Barrios (Dillo), padre de mis queridos primos (Hoy “Cachacos” por adopción en la Nevera colombiana): Maritza, Juan Guillermo, Martín, Pedro Pablo, Jairo, Jorge Luis y José Barrios González.
El Ron era al Mono como el agua al sediento, como el pan al hambriento, como mujer bonita al conquistador romántico… y cuando se acababa una botella, seguía con la otra y la otra, hasta consumir el poder adquisitivo de las mismas, entonces buscaba las estrategias más inverosímiles para conseguir otras más, hasta quedar totalmente ebrio y desconectado de la mágica realidad o de la realidad mágica de su famoso pueblo.
Pero regresemos queridos lectores a ese pasado glorioso de mi Macondo inmortal y del personaje central de esta historia El Mono Todaro.
Los compañeros de trago de Todaro en esa época pienso yo que no tenían estómago, sino tinajas gigantes, para tomar ron caña, así se llamaba la botella con un negrito cargando un barril de madera de añejamiento. Porque consumían cantidades de botellas que acumulaban en el patio de las casas, al lado de un buen sancocho, para aguantar la saturación hepática y cerebral del licor.
Una vez el Monito Todaro le fió una caja de ron al Señor Parejo, quien tenía su quiosco licorero por el Mercado Público, esa noche durante el dialogo para convencer al dueño del establecimiento, le decía:
---- Señor Parejo, hoy es viernes, yo le prometo que el próximo lunes temprano le cancelo la caja de ron.
Pasaron los días, las semanas, los meses y ya casi para su primer cumpleaños, después de ingerir abundante licor y cuando no tenían dinero para comprar más, al Mono se le ocurrió la brillante idea de mandar a uno de sus compañeros de farra hasta donde el Señor Parejo, como si no le debiera nada…
El emisario llegó hasta donde Parejo y con voz tambaleante como su caminar le dijo:
---- ¡Hip!, mire Señor Parejo, el Mono Todaro le manda a decir, ¡hip!, que le envíe una botella de ron caña, que más luego se la paga.
El comerciante, aunque decente, se le subió la adrenalina ante tanta caronería y ripostó:
---- Nada, ni mierda, hoy no fío, el que quiera tomar ron, que pele la plata, nojoda. Además dígale al Monito tramposo ese que me pague la caja que me debe, que ya va a cumplir un año y hasta pudín le voy a hacer.
El pobre mandadero viendo la vaina imposible, y con las ganas de beber que tenía le dijo:
---- Yo tengo aquí para pagarle la botella que me va a despachar, lo de la caja que le debe, arréglelo con él.
---- Está bien, repuso el cantinero, entonces plata por delante, para poder venderle.
El borrachito sacó los arrugados billetes y se los dio a Parejo, una vez en manos de éste, con voz fuerte y arrogante le dijo:
---- Estos billetes los retengo, hasta cuando no me paguen la caja que les fie, así que regrésese para donde su amigo y dígale que me pague.
Al borrachito se le pasó la pea y no tuvo más remedio que volver a donde su “gallada” y darles la razón del viejo Parejo, sin comentarle lo de la botella, porque les había hecho creer que estaba sin un peso.
Pasada una hora el emisario vuelve donde el Señor Parejo y en jocosa voz le dice:
---- El Mono le manda a decir que en vista que la deuda va a cumplir un año, que le envíe conmigo el pedazo de torta del cumpleaños y otra botella de ron, para que la tortilla pueda bajarse bien y que en el próximo cumpleaños le cancela todo.
Ante semejante planteamiento, el dueño de la Cantina soltó la risa, se toteó hasta reventar y casi que sin poder expresar palabra alguna, con la cara roja y la barriga adolorida de tanto reír le dijo:
---- Nojoda ese Monito si tiene vainas, toma la botella y llévasela y que me pague cuando le dé la gana, porque este rato de risa no tiene precio, ja, ja, ja, ja, ja, y así terminó su carcajeada perorata.
Este cuento se regó como pólvora en el pueblo, siendo motivo de risas y comentarios en cada calle y en cada reunión del municipio.
Cursaba en el calendario el año 1983, después de que Gabo ganara el Nobel el año inmediatamente anterior, cuando todo el pueblo estaba en los preparativos de la fiesta de bienvenida al hijo del telegrafista, quien los visitaba para compartir con sus paisanos el premio obtenido en la fría y lejana ciudad de Estocolmo.
Por supuesto que El Mono Todaro también estaba en el festejo y ávido del estimulante licor, del cual había comenzado a ingerir desde la noche anterior…
Lo que sucedió a continuación se convirtió en la anécdota más famosa del Mono Todaro y contado a viva voz por su querida esposa Doña Elvia Vizcaíno de Todaro, ante un cúmulo de periodistas en visita a Macondo, en plena llegada de Gabo, les narró el suceso:
“Mi esposo, que era más conocido como El Mono Todaro, con unos tragos encima, se acercó a Gabo a pedirle una botella de ron. No lo dejó tranquilo durante los actos, lo persiguió por todos lados hasta que Gabo le pidió un papel para hacerle un vale”, relató la seño Elvia Vizcaíno.
“Vale por diez (10) botellas de ron para El Mono Todaro”, dice la nota firmada por García Márquez, que hoy atesora la viuda.
Luego remata la anécdota diciendo:
“Lo mejor es que cuando mi marido cayó en cuenta de que no sabía dónde cobrar el vale, le preguntó a Gabo y él le dijo: “¡En Estocolmo!”, contó la profesora Elvia Vizcaíno entre carcajadas, recordando al Nobel a su manera y por su puesto a su marido, con uno de esos tantos cuentos que se esconden tras las puertas de latón de las humildes casas de Aracataca.
Hoy mucho tiempo después, cuando solo el recuerdo de los hechos de una bien vivida infancia… te saca una sonrisa del alma, es agradable recordar personajes, escritos y vivencias, que solo en este Meridiano imaginario, cual Ecuador terráqueo, que pasa por el centro de Macondo, nos permite ser esa estirpe guerrera y anecdótica que acomodada con la sutil pluma de Gabo, supo plasmar la historia literaria de este gran país.
Porque finalmente: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” GGM