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Una anécdota melómana con Gabo

¡Atención, flash, flash; atención, flash, flash…


No recuerdo el nombre del noticiero ni el de la emisora, pero sí retengo con una nitidez imposible de borrar la cortinilla del radioperiódico que me despertó aquella bulliciosa mañana del jueves 21 de octubre de 1982.


Seguidamente sonó la voz, con entonación sensacionalista, del veterano locutor Gustavo Castillo García, que en esos momentos era el amo absoluto de la sintonía en Barranquilla y sus alrededores:


“Atención, noticia de última hora: Gabriel García Márquez acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura…”.


Más tarde, reunidos en la mesa con mis padres y hermanos, en el desayuno, mi abuelo Enrique Pérez Albor, Liberal hasta la médula, lanzó una expresión que se quedó eternizada en mi memoria: “Fechas como estas jamás se olvidarán”.


Las cadenas nacionales difundieron con detalles el cable de la UPI fechado en Estocolmo: “El escritor colombiano Gabriel García Márquez, en exilio voluntario debido a sus ideas socialistas y su amistad con Fidel Castro, ganó hoy el Premio Nobel de Literatura…”.


Aún conservo en la memoria la exactitud del lead porque en el colegio nos impusieron como tarea aprendernos el contenido de ese texto trascendental en la historia contemporánea de Colombia que saldría impreso en la prensa, y pude leer en su totalidad en el extinto Diario del Caribe en la edición del viernes 22 de octubre.


El impacto que recibimos los colombianos con la buena nueva de Gabo fue similar al de casi diez años atrás, también en un mes de octubre, cuando Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’ se erigió en el primer campeón profesional de nuestro país al batir por nocaut en el décimo asalto al monarca welter junior de la Asociación Mundial de Boxeo, Alfonso ‘Pepermint’ Frazer, en su nativa Panamá.


A mis 17 años comprendí aquella mañana que el 21 de octubre de 1982 pasaría a ser una de las fechas emblemáticas de la Nación. Una fecha que hoy, más de un cuarto de siglo después, me vuelve a erizar la piel de la emoción.

 

MI ENCUENTRO CON GABO

Un jueves, como aquel lejano de 1982, conocí a Gabriel García Márquez, en persona. Fue el 22 de marzo de 2007 en Cartagena, cuatro días antes del fastuoso homenaje que se le rendiría en el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias, durante los actos inaugurales del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, con los Reyes Juan Carlos y Sofía; el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton y destacadas personalidades de diversos ámbitos a bordo. Mi encuentro con Gabo se produjo en el restaurante El Santísimo, del barrio San Diego, pleno Centro Histórico.


El productor de televisión Juan Manuel Buelvas, hoy gerente de Telecaribe, y su asistente Álex Rendón, me sirvieron de puente para saludar al Nobel antes de que ingresara a la reunión programada con Jon Lee Anderson, Tomás Eloy Martínez, Sergio Ramírez, Omar Rincón y Gustavo Bell Lemus, director de EL HERALDO, entre otros, pero fue Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Iberoamericana para un Nuevo Periodismo, quien me facilitó el breve y valioso diálogo.


Tomándome por el brazo izquierdo, Jaime se dirigió con tono autoritario a los camarógrafos, fotógrafos y curiosos que pretendían ingresar al recinto privado dispuesto para el almuerzo.


—Nadie puede estar aquí, salvo Fausto.


—¿Y por qué esa discriminación? —preguntó Gabo, no sé si en broma o en son de protesta.


—Porque él es un buen cronista, porque es escritor y porque es chévere —argumentó Jaime Abello.


—Muy bien —repuso Gabo, arrebatándome de las manos mi ejemplar de ‘Cien años de soledad’ para estamparle una dedicatoria y su firma. Luego de la pausa obligada, y mientras el fotógrafo Libardo Cano eternizaba el momento memorable para mí, Gabo me preguntó:

—¿Y cómo se llama el último libro que escribiste?
—'Nelson Pinedo, el almirante del ritmo' —respondí emocionado, casi en forma autómata. —Es una biografía de ‘El Pollo Barranquillero’. ¿Qué opina de Nelson?


—¿Y quién es él?


Como intuí que estaba tomándome el pelo, pues en cierta ocasión leí sus preferencias por la música de la Sonora Matancera y sus cantantes, sobre todo Bienvenido Granda, ‘El bigote que canta’, le dije:


—Un campeón de boxeo, peso welter, que brilló en los años 50.


Gabo afloró una sonrisa espontánea y muda, y enseguida exclamó:


—¡No me digas! ¿Acaso no peleó con Kid Gavilán o con Sugar Ray Robinson?


—No señor —le respondí sin poder disimular mi emoción por estar hablando con él, así me estuviera jugando una broma.


—¡Ah!, ya recuerdo —me dijo, acomodándose los lentes—. Él fue el boxeador aquel que se batió a puño físico, sin guantes, por el título que dejó vacante en la Sonora Matancera, en La Habana, Daniel Santos.


Ese apunte me mandó a la lona por toda la cuenta. Ahora supongo que mi cara debió de adoptar un gesto ridículo, pues Gabo se dirigió a mí con una sonrisa burlona:


—¡Por qué te quedas como ido, si me saliste general!


—Lo que pasa es que usted es un mamador de gallo incorregible —le dije entre tímido y resuelto.


En respuesta, Gabo me dio una suave palmada en la mejilla derecha y me dijo, por encima de su hombro izquierdo cuando caminaba en busca de su puesto en la mesa:
—Me debes ese libro y a Jaime también.

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