Los Bastones blancos
“Para un ciego, un silencio total a su alrededor es como para nosotros un abismo tenebroso que nos separa del resto del universo”. (Ernesto Sábato)
Cuando llegué a la esquina lo vi cruzar la calle con paso firme y decidido. De andar rápido, iba tanteando a cada paso con el bastón blanco. Golpeaba la calzada y el andén, la calzada y el andén hasta cuando éste se termino, entonces se detuvo, ladeó la cabeza, esperó un momento y continuó. En su marcha, sin detenerse esquivó un hueco y una piedra grande, y avanzó cuatro cuadras hasta llegar a la esquina de la avenida. Allí, como si lo hubiera visto le habló al chequeador de busetas para que le detuviera la de alguna ruta determinada.
Había seguido a este hombre en ese trayecto que coincidía con el mío. Por un instante me sentí como Fernando Vidal Olmos, el personaje de Ernesto Sábato en “Informe sobre ciegos”. Vidal Olmos, obsesionado desde niño por el oscuro, misterioso y laberíntico mundo de los ciegos emprende una investigación del mismo, partiendo del supuesto que los ciegos integran una especie de secta o logia con cobertura internacional, dividida en estratos jerárquicos, con una extensa red de espionaje en la que incluyen personas normales, y que tienen el dominio del mundo.
Esta fantasía que Sábato expresa por su personaje refleja todos los interrogantes que pudiéramos hacernos a cerca de estos seres a quienes la naturaleza les negó la luz, pero que dotó de todo un aparato súper sensorial que les permite moverse por el mundo con más “claridad” que los que sí ven.
Los sordomudos tienen un mundo más visible y por lo general se mueven en grupos. Los he visto en fiestas, procesiones, en la playa dialogando entre ellos con su lenguaje manual; no se los oye pero arman verdaderas “griterías”. En cambio a los invidentes no se los ve con frecuencia, y no es que sean pocos. Casi siempre están solos o en compañía de un lazarillo.
En el imaginario colectivo al ciego se le ve, tal vez por su marcada limitación laboral y la misma visión que de ellos da la Biblia, como un individuo incapaz de valerse por sí mismo, como el menesteroso o mendigo en el atrio de una iglesia, en la entrada de un supermercado, en la puerta de un banco o sobre el andén, con gafas oscuras y la mano extendida esperando la caridad de la gente. De hecho, en la puerta de uno de los bancos en la Plazade San Francisco todo el que entra o sale se topa con un ciego que no usa gafas, mostrando el daño de sus ojos y con el estribillo de: “Al que ayuda dios le ayuda…”. En la carrera cuarta, sentado sobre el andén, obstruyendo el paso de transeúntes, encontramos otro, todo el día con: “seño, señor…”. En ocasiones, ambos ocupan el mismo andén, se confunden las plegarias y forman entre ellos disputas verbales por el territorio. Los dos llegan puntualmente todos los días, transportados en motocicletas, antes de ocho de la mañana.
Los invidentes cuentan con escuelas y bibliotecas especializadas, y son muchas las enciclopedias y obras escritas en alfabeto braile. En ese aspecto el campo de la educación se ha abierto ofreciendo cada día más oportunidades y opciones, incluidos los últimos avances en computación.
Muchos invidentes han logrado culminar estudios profesionales y se desempeñan a cabalidad. Conozco de algunos muy destacados en la rama del derecho y de la música. Los hay también en el campo de la pintura y escultura. Esto los hace aún más inescrutables: cómo seres que jamás han visto la luz pueden representar cabalmente las formas y colores del mundo exterior, de una realidad ajena a ellos por la oscuridad. No obstante, sigue siendo asombroso encontrarse de frente, cara a cara, con una persona de esas condiciones y sentir el peso de unos ojos que nada dicen, que no expresan ninguna emoción.
Ese mundo de la oscuridad, esos laberintos enigmáticos en que transcurre la existencia de estos seres es algo tan complicado y misterioso, que no hay luz que nos permita verlo con claridad.
Santa Marta, mayo de 2012