Coincidencias
¿Qué tendrían en común ciertos códigos como BVQ366, AXN204, KFV407, DHL203, POI727, ZOB158, KHW688, COA222, KHW258, QHO495, GOC253, MXM399 y KJJ866? El vínculo podría ser que formen parte de la sarta de datos cifrados que estamos forzados a memorizar para sobrevivir en un mundo cada vez más encriptado, pero, basta otra mirada para entender que el primer atributo que comparten es ser placas de automóvil; la unión de cifras y caracteres, intransferible e inmodificable, con que identificamos los vehículos.
Dichos códigos, expuestos sobre la lámina, están ligados al comportamiento de sus propietarios, de igual forma que la conducta de los hombres a sus nombres. Sí, son placas las que señalo en esta columna; tomadas al azar entre las muchas que estaban, a tempranas horas del sábado, alrededor del bulevar de Villa Country, y que también fueron registradas por efectos del azar que me llevó hacia esos lados, después de hacerme renunciar al ritual de ociosidad que celebro ese día. Desconozco a quiénes les pertenecen, pero quiero suponer que a ciudadanos normales, madrugadores que madrugaron al llamado Madrugón de un almacén, ubicado en el centro comercial de ese sector: esa es ya una segunda coincidencia. La tercera parece ser que todos recorrieron el socavón que hace las veces de parqueadero, buscando afanosamente lugar donde estacionarse en vista de que a esa hora de la mañana, el almacén les había ofrecido grandes descuentos. La cuarta, sin lugar a dudas, fue que no lo consiguieron, y, ya sea en la China o en la Cochinchina, cuando se ofrecen grandes descuentos uno se enrola de buena gana en la hermandad de una muchedumbre que acude en masa, o como decimos “va en patota”, y si los centros comerciales no tienen una infraestructura adecuada para responder a sus populares convocatorias, el resultado es que surge de esa hermandad una implacable voluntad de solucionarlo, aunque sea violando normas.
La coincidencia número cinco es entonces deducible: como no había donde parquear, se apoderaron de la calle, de los andenes, de los jardines, y lo que es peor, se subieron al bulevar; acataron sumisamente las instrucciones de los improvisados custodios del espacio público, que advertidos, también le habían madrugado al Madrugón. Y sigue la coincidencia número seis, la más fatal, la más diciente de todas las coincidencias: todo indica que los propietarios de esos vehículos, que en su mayoría dan testimonio del poder adquisitivo y el estrato al que ellos pertenecen, no tienen ni la más remota idea de que el espacio público es el escenario donde se relaciona y se educa una comunidad. No saben que una ciudad que no respeta sus zonas verdes no puede ser una ciudad, sino una burda aglomeración de gente que se comporta como una plaga.
¡Ay, los sufridos mangos! ¡Ay, los desconsolados matarratones! ¡Ay, los controvertidos arbustos que han cultivado los vecinos! Inermes ante la inconsciencia de los ávidos compradores, mientras aquellos, asaltados por el extravío del consumo, olvidaron, además, que los bordillos despedazados y los andenes destrozados, los pagamos nosotros los ciudadanos. ¿Será que a las autoridades del distrito de Barranquilla les da pereza madrugar para hacer cumplir la ley?
Por Bertha C. Ramos
berthicaramos@gmail.com
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