La irónica y leve sonrisa con que se recibió el anuncio del juicio de los nasa contra siete guerrilleros desapareció al fin, y en su lugar estalló la polémica.
Que si tenían derecho a juzgarlos; que no hubo una segunda instancia; que no tuvieron el debido proceso; que se negó el derecho a la defensa, etc. En un país de abogados y de culto al inciso es lo que debía suceder ante un hecho que puso en tela de juicio la justicia institucional.
Este es el primer efecto de un hecho en que saltan a la vista las diferencias: la pronta justicia. De un día para otro se volvió sentencia lo que todo el mundo conocía y esperaba; la participación de la comunidad (El Tiempo habla de 5000 comuneros; El Colombiano, de 2000, y El Espectador, de más de mil) a la hora de votar la sentencia; la transparencia del proceso que se siguió a la vista de todos, y con actores judiciales sin intereses ocultos.
A la vista de estas diferencias, con la irreflexión de los entusiastas, se llegó a concluir que “así debería funcionar la justicia”.
Pero hubo otros efectos:
- Emergió, contundente el poder de la comunidad. La arrogancia y prepotencia de los armados, nada pudo ante la muchedumbre nasa, congregada para hacer palpable su solidaridad con las familias de Manuel Antonio Tomiñá y de Daniel Colcué los dos indígenas asesinados, y para exigir justicia. La solidaridad es una fuerza que los indígenas nasa han aplicado en sus conflictos con la guerrilla.
- Además, los nasa demostraron que las armas no son necesarias y que hay un poder superior que no deriva de las armas. La guardia indígena solo lleva bastones y el respeto de la comunidad. Al destruir las armas que llevaban los guerrilleros dejaron ver que las armas hacen más daño que beneficio, razón por las que están excluidas en su territorio.
- La presencia en el juicio, de indígenas de 18 resguardos, proclamó que la justicia es asunto de todos. Cada uno de los asistentes llegó allí porque había hecho de la muerte de los dos indígenas y del castigo a los culpables su propio asunto. La determinación de las sentencias se tomó previa consulta a los centenares de asistentes que, levantando la mano, como en cualquier asamblea, manifestaron su voluntad.
- Allí hubo, más que el afán de sancionar, el apoyo a un país en paz, sin grupos ilegales armados, y sin armas, con igualdad para todos.
Este juicio ocurrió en momentos en que la opinión pública muestra indignación y hartazgo por lo que sucede con la justicia y con el proceso de paz.
Repugna el espectáculo del hacinamiento carcelario; ofende la incapacidad de los jueces que lo fomentan; es insoportable el paro judicial de más de 30 días; pero ofende y abochorna ver a los magistrados disputando puestos como cualquier político; y poniendo su poder al servicio de unos pensionados de privilegio que reclaman, no por necesidad sino por avaricia, sus pensiones extravagantes, con argumentos legales.
Se agregan las dificultades que frenan el avance de la paz: zancadillas de políticos que han convertido sus odios personales en programa de partido; el fanatismo vulgar y duro disfrazado de alegato constitucional la ambición mezquina para convertir la paz en triunfo político.
Ante estas sordideces, el grupo indígena demuestra que sí es posible que los indios enseñen civilidad a los blancos y sus ciudades.
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