El Heraldo

Lo que se forma en una fila

Esta columna de hoy se inserta entre mis tentativas de encontrar las cosas buenas de Barranquilla. También quiere ser un guiño para aquellos que se angustian con personas como yo, que supuestamente estamos siempre criticando. Se olvidan que quien te pone atención es porque te ama. La indiferencia que se ve en la  falta de interés por algo o alguien o …la ciudad, es la ausencia de amor.

Comienzo, pues.

Hace unos días tuve que pasar por una serie de trámites, como todo el mundo. Iba con un entrenamiento previo: sabía que iba a “perder el día”. Por lo tanto, llevaba mi libro, cuaderno, lápiz. Sabía que estoicamente debería esperar muchas horas hasta que me entregaran un documento.

Yo no sé si esto pasa en muchas partes, pero he aprendido a apreciar lo que nos salva: la camaradería, el humor, el cuidado por el otro, a pesar de todas las trampas que nos pongan en frente para que peleemos con las instituciones o la ciudad. No pude ni leer, ni me dio hambre, a pesar de las horas encerrada en un banco, observando una fila que se formaba y deformaba como un pequeño arroyo fluido y vivo.

Si Kafka hubiese vivido en Barranquilla, no hubiese escrito El Proceso, o por lo menos, se hubiera divertido mucho burlándose de la burocracia en vez de sufrir con ella. Además, hubiese tenido muchos más cuentos que los que su propia imaginación le podría haber dado.

Y el guardia de seguridad que nunca dejó pasar al protagonista, Josef, lo vería severo pero cariñoso y pendiente de que nadie se las fuera a pasar de vivo con los demás. Lo vería más como un conductor de orquesta que como un vigilante severo e indiferente.

Me pareció, después de esta espera, mas otras que tuve en días anteriores en una entidad estatal, que los celadores realmente son unos administradores del desorden, unos seres con cualidades especiales, que van mucho mas allá de la vigilancia. Apenas uno entra como desorientado, y con preguntas que se repiten como monotemas durante todo el día, ellos dan todas las indicaciones de cómo uno se debe formar y no solo eso, adecuar a las circunstancias.

El tiempo se pasa sabroso si uno está abierto a la serie de cosas que pasan mientras se hace la fila. En cuestión de minutos, los formados se empiezan a solidarizar. Si alguien necesita sentarse, le cuidan el puesto. Se turnan para cuidar los puestos y decirle a los demás si les toca el turno.

Se echan cuentos de la vida privada que todos escuchan y acerca de lo que uno se siente inclinado a opinar. Se resuelven problemas cotidianos y se dan tips para todo tipo de enfermedad o situación en el hogar o en la oficina. Si alguien tiene hambre, se recoge plata para que alguien compre chucherías en la tienda de afuera.

Si hay que pasar a otra entidad, se juntan varios y se acompañan las cuadras que los separan de la misma. Se acompañan en los nuevos trámites y luego se despiden con abrazos y besos en las mejillas y un “pronto nos vemos, que te vaya bien!”.

Ese día aprendí como es el verdadero disfraz de la marimonda y cómo se saca la licencia para manejar un taxi. Tuve una lección acerca de cómo funciona el sistema de pensiones en Colombia y ahora sé de fuentes fidedignas cómo se hace un buen arroz de coco. Lo que se forma en una fila, en este Caribe, nos educa. Eso sí, si nadie nos está esperando allá afuera, en ese caos. O si no tenemos que ir a trabajar.

columonica@hotmail.com

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