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Instante supremo de Alfredo Gutiérrez en la tarima Francisco el Hombre de la plaza Alfonso López. Mayo de 1974. Archivo
Cultura

Cuando Alfredo Gutiérrez ganó la primera de sus tres coronas

El trirrey vallenato rememora su gran triunfo en la plaza Alfonso López de Valledupar.

Lo primero que hace, al abrir su neceser metálico, es sacar cepillo y espejo. Luego de peinarse, pulirse las cejas y contemplarse el rostro para cerciorarse de que está bien, se lleva a la boca una pastilla minúscula que le entrega su suegra Noris Moscote.

“Es para la presión arterial”, dice, a manera de explicación, sin que se le haya preguntado.

Más que la vanidad propia de los artistas, y que es notoria en él, Alfredo Gutiérrez evidencia sus ganas de vivir.

No es una simple apreciación. En verdad, el hombre siempre está en procura de una impecable presencia y salud óptima. Y si hay algo a lo que más le teme es a estar enfermo. Por eso aprovecha al máximo el tiempo que le queda libre para dedicárselo a su estado físico.

No fuma, muy poco ingiere licor, los alimentos los consume bajos en sal y azúcar; eliminó desde hace rato de su dieta las carnes rojas; visita con frecuencia al médico y realiza buenas sesiones de ejercicios.

“Finalmente, todos vamos a morirnos y de algo tenemos que morir –reflexiona con absoluta serenidad–. Es la ley inexorable de la vida. Pero el detalle está en saber vivir, cuidarse y disfrutar a plenitud, pero sin excesos, la gracia que Dios nos regaló, que es la vida”.

No son pocos los que están equivocados con el estilo de vida de Alfredo. Por ser él una persona extrovertida, dicharachera, a veces con chistes salidos de tono, inquieto sobre la tarima (camina, baila y brinca), se cree que es un bebedor empedernido y hasta desordenado, mas no es así. 

“La principal norma que rige en el grupo, impuesta por Alfredo Gutiérrez, es la disciplina. Aquí el desorden no tiene cabida -nos había dicho la noche anterior Julio Mendoza, cajero del conjunto de Alfredo Gutiérrez-. El maestro es inflexible en ese sentido”.

Alfredo Gutiérrez es el único acordeonero en la historia de los 46 Festivales de la Leyenda Vallenata realizados hasta ahora que ha logrado la proeza de salir triunfante en tres ocasiones en la categoría profesional: 1974, 1978 y 1986.

El pasado 17 de abril festejó su cumpleaños número setenta y uno, y sigue campante, vigente y fructífero, pleno de entusiasmo y vigor. Da la apariencia de ser inmune al paso de los calendarios.

“Con mucha frecuencia la gente suele formularme la misma pregunta: ‘¿que cuál es el secreto para mantenerme firme, sin que se me noten los años?’ La respuesta es la misma: una vida sana, sin excesos; buena alimentación, un religioso espacio para los ejercicios físicos, y una alta dosis de sexo en la mañana, al despertar”. Dicho esto último, Alfredo suelta una estentórea carcajada que le empequeñece aún más sus ojos de cacique posmoderno.

“No es broma. La faena matutina y el ejercicio vespertino son clave. Yo soy una persona muy activa”, enfatiza, recobrando la seriedad.

No miente. Todas las tardes, de lunes a viernes, mientras está en Barranquilla, le dedica una hora a su cuerpo.

Eso lo he comprobado hoy, lunes 20 de abril, tres días después de su onomástico. Tras repararse en el espejo de la sala, y corroborar que su camiseta roja no desentona con su sudadera azul, salimos de la casa, en la carrera 58 con calle 96, y vamos a pie hasta el parque El Golf, en la carrera 59B con calle 81, casi un kilómetro de distancia. Durante el trayecto nuestro diálogo prosigue, con la grabadora encendida.

Una vez en el parque, y después de verlo realizar ejercicios de calentamiento y estiramiento, de brazos y piernas, doy con él cuatro vueltas, a paso normal, por el amplio sector convertido en un campo de entrenamiento. Me dice que dentro de 29 días se cumplirán 40 años de haber ganado su primera corona en el Festival Vallenato.


Foto: Jhonny Olivares

“No fue una tarea nada fácil –recuerda-. Además de los contrincantes, que eran diestros y cadenciosos, me tocó enfrentarme a una oscura campaña que buscaba derrotarme a como diera lugar. Incluso, cambiaron el horario de mi participación a espaldas mías, a fin de que no llegara a tiempo a la tarima y fuera descalificado. Pero en verdad, ese año ni el más bravo de los acordeoneros ni un huracán podían impedir que yo me quedara con el triunfo”.

¿Cómo fue la noche de la final?

“Para responderte, es pertinente recordar que antes de ganar la primera corona yo había participado en el segundo Festival Vallenato, en 1969. Llegué pleno de entusiasmo e ilusiones, pero se presentó una serie de inconvenientes extramusicales que me obligaron a retirarme de la competencia, en plena tarima. Al final, en medio del inconformismo general del pueblo, ‘Colacho’ Mendoza fue proclamado Rey".

¿Cuáles fueron esos inconvenientes extramusicales?

“¡Hombre! Desde el principio no le caí en gracia a Consuelo Araújonoguera, alma corazón y vida del Festival. Ella siempre afirmaba, de manera despectiva, que lo que yo tocaba era música sabanera, que yo no sabía interpretar el vallenato. Y a partir de ahí hubo una predisposición en contra mía. Intuí que de nada serviría seguir en el concurso”.

Aquel glorioso 1974, hace 40 años

A la séptima edición del Festival de la Leyenda Vallenata, en 1974, Alfredo Gutiérrez se presentó con el propósito de competir por segunda vez.

Llegó con el estado de ánimo renovado y la misma alegría de aquel 1969, en su debut cuando decidió retirarse en plena actuación.

Había estado ausente en las últimas cuatro citas del magno evento de acordeones, pero su expectación no había decrecido. Ambicionaba incluir su nombre en la selecta lista de los monarcas. Lista que encabezaba Alejo Durán y seguían, en orden cronológico, ‘Colacho’ Mendoza, Calixto Ochoa, Alberto Pacheco, Miguel López y Luis Enrique Martínez.

Alfredo no ocultó sus aspiraciones de alzarse con la corona número siete del Festival. Tampoco asumió un comportamiento que pudiera hacer pensar que en su interior existía resentimiento por las presiones que, según él, ejerció Consuelo Araújonoguera, ‘La Cacica’, en 1969, y que lo obligaron a declinar en plena actuación.

Años más tarde, ‘La Cacica’ diría que ella jamás había perseguido a Gutiérrez ni mucho menos había presionado para que saliera derrotado en el Festival Vallenato.

“Para mí, Gutiérrez es un músico versátil y muy bueno. Fue uno de los pioneros en la internacionalización de la música de acordeón de Colombia, y eso es importante, pero en la ejecución del vallenato hay mejores que él. Jamás he sido su amiga ni nunca lo seré, por la sencilla razón de que él fue irrespetuoso conmigo, y eso lo saben todos. Él ha pregonado siempre que las veces que ganó en el Festival, fue a pesar de mis influencias. Y cuando perdió, fue porque yo metí la mano. En verdad, yo no entiendo su posición”, expreso ‘La Cacica’.

El epicentro

Valledupar abrió sus puertas para darles la bienvenida a los participantes del concurso, en ese 1974. La ciudad era una inmensa boca que esbozaba una ancha sonrisa de prosperidad y confraternidad. Sus pobladores saludaron el arribo de muchas personas provenientes de diversos sitios de Colombia que acudieron movidos por el convite folclórico.

La Oficina de Turismo del Cesar (todavía no existía la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata) designó a Darío Pavajeau Molina, como organizador del certamen. La secretaría estuvo a cargo de Cecilia ‘La Polla’ Monsalvo Riveira.

Desde que llegaron los acordeonistas fue como si el trabajo, el estudio y la cotidianidad se hubieran desvanecido en Valledupar. No había en las esquinas ni en los estaderos ni en las casas otra materia de conversación que no fuera el Festival. Las tertulias giraban en torno a los protagonistas. El pueblo respiraba vallenato por doquier.

Por segunda vez en la historia, el concurso se había aplazado. No se realizó en los días finales de abril, como era tradición, sino del 16 al 19 de mayo. Esto aconteció como consecuencia de los desórdenes que surgieron tras los escrutinios de las elecciones presidenciales, en las que, finalmente, saldría ganador el  liberal Alfonso López Michelsen sobre el conservador Álvaro Gómez Hurtado.

La primera ocasión en que fue aplazado el Festival de la Leyenda Vallenata ocurrió por razones similares. Fue en 1970. La jornada electoral del 19 de abril de ese año, que había desatado disturbios de orden público por el polémico triunfo del conservador Misael Pastrana Borrero ante el general Gustavo Rojas Pinilla, hizo prorrogar por más de un mes el evento, que pudo efectuarse a mediados de junio.

Para afrontar la justa del 74, Alfredo se preparó con ahínco y rigor en el corazón del Cesar; consultó a los conocedores de la puya, el son, el paseo y el merengue, y practicó durante varias semanas hasta alcanzar el camino que lo condujo a un nivel de excelsitud y de dominio íntegro de los ritmos que configuran el vallenato. Fue en el municipio de La Paz, ese pedazo de tierra, cuna de su extinto padre, donde decidió qué músicos lo iban a secundar en el desafío cumbre. Serían Virgilio Barrera –quien ya había tenido un inicio brillante con Los Corraleros de Majagual en la primera mitad de los años sesenta- y Pablo López, cajero del aclamado grupo Los Hermanos López.

Pablo tenía experiencia en ese tipo de competencias. Había acompañado, en 1972, a su hermano Miguel, cuando este se coronó Rey Vallenato, derrotando en la final a Andrés Landero y a Julio De la Ossa.

Alfredo era un serio favorito para adjudicarse el codiciado cetro. Su talento y su depurada técnica en el manejo del acordeón se hicieron evidentes en su desenvolvimiento en las eliminatorias. No tuvo obstáculo alguno para clasificar a la finalísima, aunque un reducido sector del público, incitado por sus detractores, se dedicó a abuchear sus presentaciones. El argumento principal de estos era que Alfredo no interpretaba el verdadero vallenato.

En la jornada de clausura, en la Plaza Alfonso López, la resistencia de los opositores se acentuó. Lanzaron a la tarima objetos de diferentes especies, y recibieron con insultos el anuncio de la actuación del artista.

El cajero Pablo López y el guacharaquero Virgilio Barrera se turbaron ante el aluvión, y le dijeron a su líder que, en esas circunstancias, ellos no ingresarían a la escena.

Se hizo el segundo llamado y Alfredo no aparecía. En la tarima seguían cayendo piedras, latas y botellas. El acordeonista les imploró a sus compañeros que lo secundaran, que nada malo, ¡con el favor de Dios!, les sucedería. Pero López y Barrera no se decidían. Alfredo, entre tanto, corría el riesgo de ser descalificado por no responder a la convocatoria.

Al tercer y definitivo llamado del anunciador oficial, el hombre se presentó solo ante el airado público, que había sido movilizado unos metros atrás por la fuerza militar. Sin ningún preámbulo abrió su accionar con el paseo ‘La loma’, de Samuel Martínez:
Samuelito, no sabe en qué forma/ ha encontrado a su hermano querido/ que se venga pa ´ca pa ´La Loma/ que con el/ mismo placer lo recibo (Bis).

La digitación de sus notas fue limpia, armoniosa. Con los pitos y bajos desgranó de manera admirable el paseo, ese ritmo de conformación alegre y dejos románticos. Mientras cantaba, los guijarros y envases de lata, de vidrio y plástico, pasaban cerca de él. Pero el hombre se mantenía firme, resuelto y con la fe de que su integridad física no sería lesionada.

La muestra de valentía, unida a su calidad profesional, provocaron que la actitud beligerante se transformara en aplausos, al tanto que un coro de mil voces, al fondo de la plaza, gritaba cada vez más fuerte su nombre: ¡Alfredo, Alfredo, Alfredo, Alfredo!

En medio de las exclamaciones a viva voz, cuando la interpretación iba apenas por la mitad, aparecieron impulsados por la emoción el guacharaquero y el cajero para redondear la faena inolvidable del Rebelde del Acordeón.

Lo que vino a continuación fue un trabajo de carpintería por parte de Alfredo. Rescató y acomodó a su estilo un viejo son titulado ‘La muchachita’, que le había fascinado por sus compases en su época de niño, en Paloquemao. El son fue escrito y grabado por Alejandro Duran, en 1953, en Discos Curro de Cartagena. Lo anecdótico de todo era que el ‘Rey negro’ no recordaba haber publicado ese tema. Alfredo prácticamente lo ‘desempolvo’ y  lo impuso de nuevo, cosa que explotó el cantante Jorge Oñate, quien al año siguiente lo grabó, en ritmo de paseo, con Los Hermanos López, adelantándosele, de esa manera, a Gutiérrez, pues este tenía la misma intención.

¡Oye! Yo tengo una muchachita, es una muchacha bella (Bis)/ Pero a mí me mortifica, que no puedo hablar con ella (Bis)/ ¡Ay hombe!

En la finalísima, Alfredo se anotó importantes puntos con el son, por el mantenimiento del ‘tempo lento’. Diría más tarde que ese fue el aire más complicado en la ejecución, puesto que sus notas son más alargadas y definidas.

En el merengue, ese ritmo intermedio del vallenato que es un poco más rápido que el paseo y un poco más lento que la puya, Alfredo impuso su compás más largo. ‘Compadre Tomás’, de Rafael Escalona, lo consagró como el merenguero ideal del Festival del 74.

Ahora vivo en Urumita/ en la casa e’ Pedro Nel/ Llegó el compadre Tomás/ y pregunta por Escalona/ Yo lo busco porque quiero hablar con él/ pa’ ponerle las quejas e’  mi señora (Bis).

En la puya, la maniobra de Alfredo fue la más llamativa de todo el Festival. Inicio la era de las puyas rápidas, al imprimirle una velocidad mayor a la acostumbrada por los concursantes de la época. Presentó un número de su propia autoría que estaba incluido en su último trabajo musical: ‘Puya rebelde’.

Los detractores de Alfredo quedaron sin argumentos. Esa noche nadie lograría impedir su llegada a la cumbre del Festival. La demostración del sabanero había redefinido el vallenato en música y estilo. Se impuso sin atenuantes sobre sus adversarios más cercanos: Náfer Duran y Julio De la Ossa, y solo restaba que se oficializara su inobjetable triunfo como Rey Vallenato del 74. El veredicto no demoró en ser entregado por los cinco integrantes del jurado calificador: el Rey Alberto Pacheco y sus colegas cantautores Pedro García Díaz, Hugues Martínez, Armando Zabaleta y Camilo Namen Rapalino.

Escenas de júbilo, en medio del ondear de pañuelos y sombreros lanzados al aire, se observaron a lo largo de la plaza cuando se leyó el acta de los jurados: tercer puesto, Julio De la Ossa; segundo puesto, Náfer Durán; Rey Vallenato 1974, Alfredo Gutiérrez…

El nuevo soberano bajó del templete en hombros de sus innumerables seguidores que proclamaban a todo pulmón su victoria. Había alcanzado la más alta cúspide de la música vallenata.


Después de ser coronado Rey Vallenato, Alfredo fue paseado en hombros por sus seguidores. 


Con el maestro Rafael Escalona, un día después de ganar el trofeo en el Festival Vallenato, que exhibe lleno de orgullo. 

¿Qué significación tiene para ti esa primera corona?

En el modesto museo que mi esposa Chila me acondicionó en la casa, están los tres trofeos ganados en el Festival Vallenato; discos de oro, placas, pergaminos, medallas y Congos de Oro (Vea la nota Los conjuntos de Alfredo Gutiérrez). Pero la alegría que me representó ganar en ese Festival de 1974, el primero de mi carrera, no tiene comparación.

En la intimidad del hogar

Durante la caminata, Alfredo, bañado en sudor, habla sin dar muestras de cansancio. Responde con una sonrisa y la mano en alto a las personas que a esa hora se ejercitan en el parque, y se topan con él en el camino.

De regreso a casa, tras una breve sesión de gimnasia, de flexiones y abdominales, Alfredo explica el porqué de sus actividades físicas vespertinas.



“Es una labor que realizo por dos cosas. La primera es por mi salud. Y la segunda porque mi oficio me lo exige. Yo tengo que estar en excelentes condiciones físicas para poder permanecer de pie durante dos horas, sosteniendo un pesado acordeón y encima bailando. Imagínese con lo hiperactivo que soy, si no tuviera un óptimo estado físico. ¡Sería un fiasco! Por respeto a mi público y a mi profesión, estoy obligado a someterme a una preparación rigurosa”.

Ya en su casa, una espaciosa vivienda de dos niveles en el barrio Altos de Riomar, en el norte de Barranquilla, Cecilia Moscote Maestre, ‘Chila’, la esposa de Alfredo, me dice que este visita al médico con mucha frecuencia. Por lo menos tres veces al año se practica un completo examen de hemograma; no deja de asistir donde el cardiólogo, y cada seis meses se chequea con el urólogo y el odontólogo. “Tiene tiempo para todo, para todos y para él mismo. A la familia la llena con la misma ternura que se le nota al limpiar sus 26 acordeones”, asegura ‘Chila’, quien evita a toda costa el contacto con la cámara periodística. “El artista es él, no yo. A él es a quien hay que entrevistar”, dice la ‘media naranja’ del trirrey, con la que tiene dos de sus doce hijos: Alfredo Rolando, abogado, y Noris Cecilia, comunicadora social.


Una imagen infaltable de Alfredo en todos sus conciertos: levantado en hombros y ejecutando el acordeón acompañado con los pies. 

Setenta y un años es una edad en la que, por lo general, una persona está en uso de buen retiro de cualquier actividad laboral. Alfredo Gutiérrez es una de las excepciones. Continúa en permanente producción, grabando y cantando en diferentes escenarios por lo menos una vez al mes.

Así mismo, está asesorando a los libretistas del canal RCN en lo que atañe a la elaboración de los textos de la serie que, sobre su vida, basada en su biografía ‘Alfredo Gutiérrez, la leyenda viva’, se rodará antes de que finalice 2014.

También está afinando los últimos detalles de la presentación en grande de su más reciente producción discográfica, ‘¡Ay! Elena, el bello pasebol de Rubén Darío Salcedo que grabó a dos voces con Carlos Vives: 

Amo a los peces del mar/ amo a mi Dios/ amo a la brisa, cielo y sol/ amo lo que Dios me da/ amo a la luna/ amo a las estrellas/ amo aquel manto y la cuna, donde duerme Elena/ amo el bello arco iris/ como yo te quiero a ti/ pero tú no te decides/ a quererme solo a mí/ ¡Ay! Elena, quiéreme así/ concéntrate en mi querer/ que te quiero a ti.

“Es una de las piezas más bellas que forman parte de mi extenso repertorio. Le tengo mucha fe a la versión que hice con Carlos Vives”, expresa ‘El Ñato’, como también le dicen a Gutiérrez.

En verdad es una versión muy bien lograda la de Alfredo y Vives. Si no sucumbe ante la aborrecible práctica conocida como ‘payola’, y que tiene su imperio indestronable en algunos medios radiales, con toda seguridad quedará extraviada en el anonimato.

A todo esto se suma la participación que tendrá en diferentes establecimientos en el marco de la cuadragésima sexta edición del Festival Vallenato que arrancará en contados días.

Un juglar completo

La música de acordeón ha tenido decenas de juglares que han brillado con luz propia a lo largo de la historia. Y entre tantas figuras legendarias –de antes y de ahora; retiradas o activas; fallecidas o vivientes–, Alfredo Gutiérrez compendia los aspectos artísticos y técnicos que caracterizan al músico completo: compone, arregla, toca, canta, es líder de su grupo y es dueño de una diversidad de estilos.

La multiplicidad de tonos y la precisión de los ritmos que produce con su veloz digitación lo convierten en un maestro del acordeón, reconocido tanto por los que lo idolatran como por quienes no lo soportan, sobre todo cuando emite el prolongado sonido gutural mientras mueve su cabeza con rapidez, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, sin mover el torso (Aburrrrrrr).

 



De las múltiples actuaciones de Alfredo Gutiérrez en diferentes lugares del mundo quedan como estampas para el recuerdo su magistral presentación en Colonia (Alemania), en 1991, en el campeonato mundial de acordeón, con la monumental Catedral Gótica a sus espaldas; su accionar en el California Dancig Club, de Ciudad México, en 1995, donde le entregaron el Califa de Oro, y su participación en el jam sesión en el teatro Amira de la Rosa de Barranquilla, en la clausura de la primera edición del Carnaval Internacional de la Artes, superevento cultural organizado por la Fundación La Cueva, en febrero de 2007, en el que Alfredo puso a conversar su acordeón con el tres del cubano Pancho Amat y el bandoneón del tanguero argentino Carlos Buono, en una jornada memorable de un anochecer dominical.

Ciertamente, Alfredo Gutiérrez, el juglar de Paloquemao, tiene varios motivos para celebrar. Hace cuatro décadas ascendió a las más altas cumbres del reino de Francisco El Hombre y posó sobre sus sienes la corona que distingue a los reyes vallenatos; de sus 71 años de vida lleva 54 dedicados a la música; tiene 120 discos de larga duración grabados, y entre sus mayores reconocimientos sobresalen dos títulos mundiales de acordeón en el país de donde es originario el instrumento de fuelle.

¡Enhorabuena, Alfredo!


Producción del video: Doménico Restrepo. Libreto: Fausto Pérez Villarreal

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