Golpeados por el dolor, algunos todavía en estado de shock tratando de asimilar como la vida les dio la vuelta en un minuto, vecinos del conjunto residencial Privilegios, en calle 89 con carrera 41 esquina, trataban de prestar la mayor ayuda y comprensión a los que iban a buscar sus objetos personales y de valor, la mañana de este sábado, dos días después, del suceso trágico donde una adulta mayor perdió la vida y sus cuatro nietas pequeñas resultaron lesionadas, estando una todavía recluida en la UCI.
La escena era desgarradora, ante una gran cantidad de familias que iban llegando de una en una, citadas por los organismos de control y atención y desastres del Distrito.
A cada familia se le programó una hora de entrada al sitio, inicialmente de 15 minutos, posteriormente prolongada a 20, para que fueran a sus apartamentos y retiraran documentos, ropa, medicamentos y dinero en efectivo o joyas de alto valor.
Lo que no les permitió fue entrar a sacar enceres de gran tamaño como neveras, lavadoras, televisores y similares que ante el riesgo de colapso total de las demás estructuras tendrán que permanecer en los apartamentos, custodiados por la guardia perenne de la Policía Metropolitana de Barranquilla.
Los otros afectados
Mientras, los que iban logrando sacar sus cosas iban siendo apoyados por los carros de otros damnificados y así, poco a poco, iban evacuando el sitio. Pero la herida emocional no se va curar tan rápido y las cicatrices van demorar mucho en cerrarse, especialmente por aquellos que al rededor del perímetro del siniestro desarrollan su actividad comercial de la cual subsisten.
Así es el caso de Víctor Pulgar, quien desde hace cinco años arrendó un local en el conjunto Privilegios para trabajar como tapicero de vehículo y enceres del hogar, al lado de otros compañeros de similares oficios como carpinteros y ebanistas.
“Estamos en un local comercial que es del perímetros y nos perjudica porque no podemos trabajar en el local por problemas de que se pueda derrumbar eso”, explicó.
Desde hace mucho tiempo habían decidido no volver a trabajar dentro del local al ver el constante deterioro de la estructura y la paulatina aparición de grietas y, literalmente, zanjas por todos lados. Así que abrían su local, sacaban los muebles a la puerta y rezaban para que por si algo llegara a pasar, a ellos no les tocara.
Sin embargo, ahí estaban ellos, muy cerca, el pasado jueves 28 de noviembre en horas del mediodía, momento en el que escucharon el estruendo de la tragedia, al cual confundieron por su crujir con una explosión, cual si lo que se hubiera detonado fuese una bomba.
“Estábamos trabajando cuando sentimos la ‘explosión’ del muro interno que se rompió, se vino a tierra posiblemente por algún movimiento o fricciones debajo del sistema freático, porque hay muchas corrientes de aguas subterráneas, debilitaron las bases”, detalló sobre lo que ellos piensan que pasó.
EL HERALDO encontró a Víctor y sus compañeros de oficio debajo de un árbol, cruzando la calle de donde tiene su local, hoy totalmente clausurado con cinta amarilla, con unos cuantos muebles arrumados ahí y tratando de salvar los encargos que tiene para el fin de semana.
Este grupo de trabajadores ha tenido que comenzar a llamar a sus clientes a decirles que les devolverán el dinero del anticipo cobrado por los proyectos de tapicería encargados, ya que se vieron afectados por el siniestro y se han quedado sin donde poder trabajar.
Convivir con el peligro
Y es que para nadie es un secreto en Barranquilla que por el tipo de tierra existente en el barrio Campo Alegre hay el riesgo latente de deslizamiento y, consecuentemente, que algunas estructuras colapsen. A pesar de ello, muchos se la jugaron al riesgo, con la fe, más que otra cosa, que todo iba a salir.
“Uno vive con el temor de que la muerte la tiene detrás de las orejas, en cualquier momento. Uno no está seguro en esta vida, es más segura la muerte que la vida. En la vida todo es un riesgo, a veces nos montamos en un carro con todo seguro, y de pronto más adelante, un hueco y hasta ahí llegamos”, dijo.
Ahora se solo le pide una cosa a la Alcaldía: “Que nos colaboren con la reubicación. En el momento nos cogieron con los calzones abajo, con el dinero para conseguir un local”, señaló.
Pero no solamente estos comerciantes tienen temor, muchos vecinos del barrio de hace años, incluso décadas, tienen temor de que edificaciones construidas en el último tiempo también puedan venirse abajo por el mismo problema de los deslizamiento de tierras y las corrientes de agua subterráneas.
Así lo manifestó a este medio Zenith Marcela Beleño Rodríguez, vecina del sector de la Calle 90 con carrera 40 A, a solo unos pocos metros de ahora donde están las ruinas dejadas por el derrumbe, quien teme que su propio hogar un día de estos termine debajo de una pila de escombros debido a una edificación de un vecino, de varios pisos.
“La preocupación que nosotros tenemos que al lado hay una construcción de tres pisos y siento que nos estamos afectando. Debido a eso nosotros hemos tenido problemas en nuestra casa y en la parte del techo se han caído cosas y nos ha roto tejas, tenemos unas grietas. De por sí, esta zona no tiene permiso para construirse debido al problema del terreno y ellos han hechos tres pisos. Como moradora del barrio me siento afectada”, describió.
Beleño Rodríguez vive con su esposo, dos hijos y su suegra en una casa que han venido construyendo a los largo de los años y hoy en día su casa se ha visto afectada con grietas, filtraciones de humedad y que dice como se ven las mimas fallas estructurales en las edificaciones que han construido últimamente por el sector.
“Hay bastante humedad y filtraciones, debido a que mucha del agua de ellos, y residuos de cemento y basuras, caen a mi casa”, detalló.
Por último, lo que más le teme es que a su casa o la de algunos de sus vecinos les pueda pasar lo mismo que lo visto en Privilegios.
“Mi temor es que esa vivienda colapse, debido a que la forma en que ha sido construida ha sido muy rudimentaria. Yo tengo dos hijos y me da miedo que esa construcción se venga abajo, contra mi casa y que pueda producir un daño mayor por mis hijos, mi suegra y todos los que estamos viviendo aquí”, cerró.
El próximo pasó será la reubicación y la atención de esta población afectada, y ver, de qué manera, se les puede ayudar para ir superando el trauma y volver a construir la sensación de seguridad en una comunidad que se vino al suelo.