Compartir:

En los primeros días de la cuarentena —que empezó el pasado miércoles, tras el decreto del presidente Duque— sentí felicidad de ver y sentir una ciudad tranquila, sin bulla. Una Barranquilla apagada.

No transitan vehículos, pregoneros, ni un alma que me empuje a ‘chismosear’ desde mi ventana el movimiento de una ciudad con vida.

Hoy, cuando transcurre la tarde del quinto día del aislamiento preventivo, me siento triste y aburrido. Me dan ganas de llorar al ver mi ciudad apagada, sin vida. Un pueblo muerto que espera que nuestro Dios nos libre de esta desgracia que nos preocupa y amilana, y así vivir una vida normal.

¿Será que nos llegó la hora de darle paso a unos nuevos habitantes de este planeta? No lo sé. Por ahora solo quiero sentir a mi Barranquilla como siempre ha sido... con escándalos. Quiero oír a los pregoneros. Quiero escuchar lo que antes me incomodaba: el “peto, peto”; el que ofrece la yuca y el plátano a bordo de un carro’e mula; así como las sirenas de las ambulancias, que tanto me fastidiaban.

Si esto no es el final, analicemos.... esto puede ser un anticipo del comienzo de un nuevo mundo. Cambiemos: que haya paz entre las naciones, familias y amigos. Que impere el amor y la cooperación entre cada uno.

Lo que más me preocupa es quienes nos necesitan. Hay millones de desempleados y vendedores ambulantes que ya no pueden circular. Los que tenemos la despensa llena debemos darles la mano a estas personas. Si comemos menos, nos alcanza para darle un bocado a cada uno. Si una dieta se hace por estética, ¿por qué no hacerla por humanidad?

Estrechémonos en un abrazo todos y veremos que la misericordia de Dios nos salvará.

Fernando Saad