“Desde muy joven implanté para mí el sistema de creer lo que tenía ganas de creer”. Churchill (‘la gran personalidad de la política inglesa moderna’, 1874-1965).

Se puede decir que, en cierta medida, la vida de Winston Churchill se ve orientada por la fidelidad a esta máxima, que él mismo pronunció un día para definir su talento personal. Desde su condición de militar, brillante escritor o estadista siempre pensó lo que en todo momento era necesario pensar para no apartarse del requerimiento fundamental de poner a salvo los intereses de clase subyacentes bajo “raison d’Etat”.

Hijo de lord Randolph Churchill, notable político ‘tory’, descendiente directamente de John Churchill, primer duque de Marlborough, quien alcanzó notoriedad en la guerra contra Luis XIV. Su madre, Jennie Jerome, era hija del financiero neoyorquino, y gran aficionado a las carreras de caballos, Leonard W. Jerome. Resulta relativamente difícil no ver la mezcla de sangre que corría por las venas de Churchill como un ´signo premonitorio’ de su futuro protagonismo en la forja de la ‘alianza preferente’ que unió estratégicamente a Estados Unidos de América y Gran Bretaña tras la segunda guerra mundial.

El último cuarto del siglo 1800 sancionó el agotamiento del modelo de acumulación que había presidido el desarrollo del capitalismo hasta entonces, y que se había basado en el ferrocarril y la industria del acero. El desarrollo de las fuerzas productivas estaba imponiendo el inicio de una socialización de las relaciones de producción mediante la invención de fórmulas que permitían la asociación de capitales individuales. Durante esta fase finalizaron los procesos de unificación de los estados alemán e italiano; Rusia, el imperio austrohúngaro y España se integran de forma decidida en el nuevo mercado capitalista europeo… Se modifica el equilibrio internacional abriéndose paso un nuevo equilibrio entre siete estados: Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Italia y los imperios ruso y austro húngaro.

La crisis se había iniciado a partir del recrudecimiento de la lucha de clases(Comuna de París, etc) sólo pudo ser superado por el abandono del ‘laisser faire’, la constitución de los monopolios y la expansión imperialista.

Habría de ser, precisamente, del nuevo equilibrio, inestable señalado, del choque de los imperialismos para el acceso a la periferia del sistema, del neoproteccionismo imperial, de las coaliciones que resultaron de ello, de donde surgiría el primer conflicto mundial, punto de arranque del período de decadencia del capitalismo.

Desde su puesto del Consejo de Comercio, Churchill se destacó como líder, dentro del partido liberal, de los propugnadores de la reforma social; se dedicó pues, a completar el trabajo iniciado por su predecesor, Lloyd George, en el decreto que fijaba una jornada máxima de ocho horas para los mineros.
Hay que tener en cuenta que en 1904, de resultas de sus enfrentamientos con el ministro de Colonias, Joseph Chamberlain, defensor a ultranza de una política arancelaria, Churchill, partidario convencido del libre comercio, se pasó al partido liberal tras la muerte de Eduardo VII y la coronación del nuevo rey, Jorge V es disuelto el Parlamento y Churchill reelegido en las nuevas elecciones.
En el gabinete formado tras las elecciones se le designa ministro del Interior, y en calidad de tal hace frente a numerosas huelgas.
En 1911, estuvo convencido de que en un hipotético conflicto bélico franco-germano, Inglaterra debería alinearse al lado de Francia. Al ser nombrado primer lord del Almirantazgo, en octubre de 1911, se puso a trabajar febrilmente con la convicción de que era preciso poner a la flota británica en un estado de disponibilidad inmediata. Para poder remontar la posible superioridad naval germana, Churchill consiguió del gabinete el mayor presupuesto jamás obtenido para la flota.
Fue el que más insistentemente defendió la necesidad de resistir y combatir la agresión imperialista germana. El 2 de agosto de 1914, bajo su responsabilidad, ordenó la movilización naval previendo la declaración de guerra de la potencia alemana.
En enero de 1919, ya finalizada la primera guerra mundial, fue nombrado ministro de la Guerra. Desde este cargo defendió con gran convicción el recorte drástico del presupuesto militar, argumentando para ello, que Inglaterra no había de participar en ninguna guerra importante en los próximos diez años.
Su mayor preocupación a lo largo de su permanencia en el ministerio de la Guerra fue, sin embargo, la intervención aliada en Rusia. Churchill, furibundo anticomunista, abogó en el Parlamento por una más intensa participación británica en el cerco antisoviético, enfrentándose, por este motivo, en numerosas ocasiones con los representantes laboristas. En una ocasión afirmó, con relación a la experiencia soviética: “El bolchevismo no es una doctrina política, es una enfermedad. No es una creación, es una infección”.

En 1921 Winston Churchill se pone al frente del ministerio de Colonias, donde su principal tarea era la de asegurar la hegemonía británica en el Próximo Oriente. Con este objeto elabora un plan con Lawrence por el que se constituyen dos estados bajo la protección del manto imperial inglés: Irak y Transjordania. Posteriormente negocia y reconoce la independencia de Egipto, preservando un cordón umbilical con la metrópoli británica que garantizaba el mantenimiento de los intereses del estado británico. Este mismo año se ve obligado a negociar la independencia de Irlanda consiguiendo, no obstante, que la región del noroeste quedara ligada al estado británico.

En los cinco años siguientes a 1923 fueron desapareciendo los restos de las concepciones liberales de Churchill en el terreno político, quedando tan sólo su particular concepción del ‘laisser faire’ en el orden económico. Evidentemente, no poseía especiales habilidades y conocimientos para las finanzas, creyendo que el famoso economista John Maynard Keynes le criticaba despiadada e injustamente. Su iniciativa al frente del ministerio de Hacienda fue la restauración del patrón oro; medida desastrosa que generó deflación, desempleo y, como corolario, la huelga de los mineros que desencadenó un proceso huelguístico que desembocó en la huelga general de 1926. Ante los ojos asustados de Churchill esta huelga apareció como la chispa de un proceso revolucionario, oponiéndose obstinadamente a iniciar las negociaciones. Paralelamente llevó la lucha al terreno ideológico mediante la edición del ‘British Gazette’, periódico oficial de ‘emergencia’ que él mismo se cuidó de llenar de inflamatoria propaganda anti obrera, pero en el que se guardó muy bien de reconocer que las observaciones de Kynes no estaban injustificadas desde una óptica de racionalización del sistema.
Churchill viajó por Alemania y tiene ocasión de conocer de cerca los horrores del nacionalsocialismo en el verano de 1932; dos años más tarde denuncia ante la Cámara que la potencia aérea germana es igual a la inglesa.

En 1935 es elegido un nuevo Parlamento, en el que Churchill conserva su puesto, que la próxima guerra hace que dure hasta 1945.
El fin de la decadencia económica (por lo menos en sus aspectos más evidentes y dramáticos) estuvo acompañado de una consolidación política que ni la abdicación de Eduardo VII (enamorado de una viuda estadounidense), en 1936, logró poner en peligro. No obstante en la escena política mundial los asuntos de estado no funcionaban de una manera tan engrasada. Frente a la crisis política internacional, el gobierno británico se vio primeramente impotente en los casos italiano y español(1936-39) y posteriormente implicado en las negociaciones infructuosas por mantener la paz mundial (negociación de los acuerdos de Munich por Chamberlain en septiembre de 1938).
Con motivo de la reunión de Munich, tan sólo una minoría exigua escapaba al optimismo general. Una vez más Churchill se encontraba entre los pesimistas belicosos. Con relación a la citada reunión, manifestó: “Hemos sufrido una derrota total”.

La segunda guerra mundial se aproxima trágica e inexorablemente. En nuestros días, y con la perspectiva que da el tiempo, los economistas más rigurosos, sienten la tentación de considerar el período relativamente largo que va de 1914 a 1948, como un sólo período de crisis estructural. Las industrias motrices del intervalo entre las dos guerras continúa siendo las que lo fueron antes de 1914 y el modelo de acumulación continúa, asimismo, siendo aproximadamente idéntico, al igual que las modalidades de la competencia monopolista. Al prolongarse la crisis arrastra consigo, no obstante, profundas modificaciones en el sistema internacional. La primera guerra mundial había debilitado a Europa en beneficio de Estados Unidos.

La segunda acabó de asegurar y remachar el triunfo de América del Norte. El intervalo entre las dos guerras no constituye realmente una fase de expansión autónoma: la breve prosperidad que sucede a las reconstrucciones y las inflaciones de la segunda mitad de los años 1920 termina en la catástrofe del 29, y en 1938 el nivel de producción alcanza apenas el de 1913.

Durante los años en que duró la guerra, Churchill desplegó una enorme actividad. Son frecuentes sus viajes en avión al teatro de operaciones, donde lo observa todo, lo pregunta todo y tiene siempre una nota de humor destinada a levantar la moral de los combatientes. Se despierta a las ocho de la mañana y trabaja sin interrupción hasta las dos o tres de la mañana siguiente.
Churchill confiaba en la colaboración de Estados Unidos, y de acuerdo con esta convicción firmó con Roosevelt la Carta del Atlántico, y recibió una importante ayuda, incluso antes de la entrada de Norteamérica en el conflicto bélico.
Fue Primer Ministro. Sus modificaciones más importantes fueron en política interior de tipo correctivo-racionalizador, y en política exterior de refuerzo de los lazos Estados Unidos-Gran Bretaña mediante la configuración definitiva de la “alianza preferente” que contemplaba la exigencia de que ambas potencias asumieran conjuntamente el papel de defender en todo el mundo las posiciones del capitalismo occidental, aunque con una clara división de zonas y tarea.
En el año 1953 los tomos de sus Memorias recibieron el honor del Nobel de Literatura.
Para unos ha sido el político inglés más genial del siglo XX, para otros un político caracterizado por su obstinación proverbial deficitariamente acompañado de verdadera inteligencia de político. Lo que sí es cierto, en todo caso, es que fue un hombre de una voluntad tremenda, una audacia poco común y una gran vitalidad. Fuente: Muriel Lafargue.
Churchill, un gran estadista, al que el colombiano Presidente doctor Juan Manuel Santos Calderón, de distinguida cuna, con “un requerimiento fundamental de poner a salvo los intereses de clase subyacentes bajo ‘raison d’Etat’. “Convencido del libre comercio”, bajo el lema ‘El mercado hasta donde sea posible, el Estado hasta donde sea necesario’. “Propugnador de reformas sociales”. “Ministro de Defensa”, antes denominado Ministerio de Guerra. Ministro de Comercio Exterior. Destacado en Relaciones Internacionales
Juan Manuel Santos se consolida cada día más como Estadista Internacional, emulando a Winston Churchill, guardando las proporciones.
Santos permanece con una ’voluntad tremenda’ y una ‘audacia poco común’ y una ‘gran vitalidad’, a pesar de sus quebrantos de salud. Con tales habilidades y con su inteligencia política es evidentemente factible que logre para Colombia ser:
Un nuevo país en paz, equidad y bien educado.

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