Anoche presentamos en La Cueva la primera novela de John Better, A la casa del chico espantapájaros.

Lo dije tiempo atrás, desde que leí con deleite y asombro una crónica suya en El Extra: John Better es uno de los tres grandes escritores que nuestra ciudad ha echado al mundo en los últimos años. Y no me pregunten quiénes son los otros dos. Me reservo el derecho de opinión. Además, por hoy, del único nombre que estoy seguro es el de John.

De pluma talentosa y divertida, John Better es, en lo fundamental, un escritor con un enorme potencial creativo. Muchos habrán creído hasta hoy que se trata de un narrador gay que escribe sobre el universo de los gais, de los travestis, de los homosexuales, lo que puede llevarlos a pensar erróneamente que John es un abanderado de las causas locas del mundo o líder de la mariconería internacional. Que no se llamen a engaño, y confieso que me enredé también yo un poco en el prejuicio porque, si algo me preocupaba era que John siguiera el popular camino del escándalo y del desparpajo en lugar del de la poesía. Pero no, su primera novela nos confirma que, como su admirado Truman Capote, Better no se limita a cubrir aventuras y desventuras homosexuales sino que escribe y describe seres humanos, animales y situaciones de toda índole, marcándolos con su estilo, el de un escritor universal.

En A la casa del chico espantapájaros, su primera novela, original y provocativa, el ámbito es una ciudad caliente donde llueve a la orilla de un río por donde transitan peces y cadáveres, mientras Greg y sus dos amigos, Sandy y W. C. Boy, ven pasar sus años.

El narrador, casi siempre Greg, sostiene con ironía que el amor era su único combustible: W.C. Boy vivía enamorado de su motocicleta, Sandy no amaba a nadie más que a ella misma, y el propio Greg perdía el corazón y la razón por otros chicos. Un escenario principal a lo largo de la historia es la casa de Greg, un matriarcado de madre y abuela, tan cariñoso como crítico, en el que la madre revisa los cuadernos de notas de su hijo para comprobar si es gay o consume drogas, mientras la abuela pontifica y estrangula gallinas de patio para el sancocho de todos.

Vuelvo a decirlo con humor, o sea, con el mayor respeto: lo de Better es literatura, untada, claro, de locura. La locura de la poesía que disfrutamos en China White; su mirada aguda y cortante en Locas de felicidad, universo gozoso y develador, lleno de dolores y lentejuelas, solo que ahora, tras leer A la casa del chico espantapájaros, tiendo a pensar que el alma de la literatura y de la poesía es la misma. Que narradores puede haber muchos, pero que la literatura, el arte de la palabra, viene del fuego poético, un don que muy pocos tienen y que a John le sobra.

Poeta y narrador de grandes quilates, Better cierra filas con la franca literatura clásica de Pietro Aretino, el marqués de Sade, Henry Miller, Durrell, Gide, Tennessee Williams, Bukovsky y se hermana con sus escandalosas influencias latinoamericanas: Manuel Puig, Pedro Lemebel, Jaime Manrique y Fernando Vallejo. Ellos mismos, desde su libro anterior, lo rodearon con su estímulo y un rotundo abrazo.

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Qué vaina, falleció Nelson Pinedo. Nos estamos muriendo…