En estos días cayó en mis manos la imagen de una escultura de un arquitecto y escultor de los Países Bajos, Jacques du Broeucq, uno de los más importantes artistas del Renacimiento en esos países, y a quien no conocía. La imagen correspondía a una escultura creada por él llamada ‘La Esperanza’, en la que aparece una mujer de pies vestida con una túnica de los hombros a los pies, el rostro girado hacia arriba en señal de petición, gesto que se refuerza con el movimiento del brazo derecho hacia arriba con la mano abierta como quien pide a los Cielos; el brazo izquierdo señala hacia la tierra con la mano abierta en expresión de dar con un gesto noble. Al frente, ligeramente apoyada en su pierna derecha y colocada en el suelo sin enterrar, un ancla de barco.

La primera lectura es la de una persona que conecta el Cielo con la Tierra para implorar por sus habitantes. Por su actitud general, es un gesto desprendido, solamente un intermediario para solicitar y entregar; por la ternura del gesto, se entiende que debe ser para alguien en particular. Y, si quedara alguna duda de a qué tipo de personas se dirige, el ancla es la metáfora perfecta para indicar a una clase trabajadora.

A partir de esa interpretación, me metí en la película de preguntar a cuántas personas les interesaría saber de la existencia de esa estatua y lo que representa tener una esperanza. Elaboré rápidamente un estudio de mercadeo para preguntar quiénes estarían dispuestos a adquirir, por un precio módico, una reproducción a pequeña escala de esa estatua, para llevarla a casa en remplazo de la vela y la oración que parecen no estar funcionando en la consecución del milagro; ya saben, el de la paz.

Cuando pensaba montar un negocio esquinero para el rebusque con las estatuillas, el resultado de la encuesta me dejó en shock: los compradores potenciales no tienen idea de lo que quiere decir la palabra “esperanza”. Sorprendente. Se me vino a pique el negocio, ¿cómo van a comprar una vaina que no conocen?, llevan mucho tiempo en la desesperanza, en el dolor, y no ven futuro. Tengo que inventar una estrategia de venta, aquí hace falta una carreta para explicar el cuento. Enseguida, me levanté un diccionario, busqué la definición y escribí en una pancarta: “La esperanza es un estado de ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados con eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su conjunto”.

Hoy es mi primer día en la esquina con las estatuillas y la carreta de la esperanza, veremos si funciona la estrategia, no es fácil dejar atrás la cultura de la queja para pasar a la cultura del hacer mientras persista el dolor. Pero les tengo una sorpresa: detrás de la pancarta y tapada con un velo, hay una palabra mágica para tirar la carreta total: “Resiliencia”. La capacidad de sobreponerse a la adversidad y salir de allí nuevos, robustecidos.

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