Una de las escenas iniciales de Heridas, primer largometraje del laureado cineasta barranquillero Roberto Flores, nos muestra a la pareja protagonista en un cruce de caminos sin marcar preguntándose si debían tomar a la “izquierda o derecha”. El filme, realizado hace más de una década, proponía una mirada al conflicto colombiano desde el lado de los civiles que, en medio de las refriegas, eran obligados a tomar posturas en un guerra para la que no contaban ni importaban.

Hoy, con muchos de los fusiles aparentemente silenciados, a los colombianos de a pie nos bombardean con mensajes que nos repiten la misma pregunta de la película en un escenario de apocalipsis castrochavista o retardatario medioevo, según sea el caso. El estruendo de los explosivos lo reemplaza el de las noticias falsas y las cadenas virtuales del miedo en forma de meme. De un lado nos señalan insistentemente al vecino como ejemplo de todo lo malo que puede traer un gobierno de izquierda, y del otro nos recuerdan la historia reciente del propio país para dejar claro lo malo que han sido los gobiernos de derecha. El reduccionismo en su esplendor. Lo malo como mensaje. La negación como bandera de campaña.

Y precisamente, esa reduccionista negación se ha encargado de sembrar facilistas falacias como que la izquierda es sinónimo de expropiación, de ataques a la propiedad privada, de burocracia corrupta e intervencionista, o de cómplice permisividad con la violencia guerrillera. Por su parte, a la derecha le endilgan la guerra como negocio, la corrupción como alacena, el ataque sistemático a los derechos civiles y, cómo no, su propia cómplice permisividad con la violencia paramilitar. Y en el medio de ese lago fétido se bambolea una enorme barca llena de gente que no sabe qué o a quién creerle.

Si se bajara el dedo acusador o el volumen al escándalo, tal vez saldría a flote que ni la izquierda ni la derecha son malas per se. Lo malo, como siempre, es el extremo ideológico y las formas de aplicarlo. Si esta perversa campaña política le diera un chance real a la confrontación argumentada de ideas basada en la proposición y no en el miedo, pudiera ser posible que saliera a la luz más de un buen plan de trabajo. Si no nos negamos a la posibilidad de escuchar al otro por encima de la aversión inicial que nos plantaron los portavoces del citado y manido miedo, tal vez, solo tal vez, podremos ampliar la discusión a más allá de la izquierda o la derecha.

En el filme de Flores, la protagonista responde a la pregunta con un gesto que iba entre “me da igual” o “no tengo idea”. En la coyuntura actual, no nos podemos permitir como colombianos el quedarnos quietos esperando que otro tome la decisión por nosotros a punta de tamales y billetes morados. Para bien o para mal es hora de que como sociedad civil asumamos la culpa que nos compete por no saber elegir, por no averiguar, por reducir todo a dos palabras. Una vez más: ya está bueno.

@alfredosabbagh