El pasado domingo participé en la tertulia que se hizo en este periódico con ocasión de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Durante dos horas tres compañeros y yo comentamos delante de ustedes la jornada electoral, pues en todo momento estuvimos en vivo en la página web del periódico. ¿Y saben una cosa? Qué poco nos reímos. O sea, qué serio que fue todo. No es por hablar de mí, pero el único que recuerdo que hizo dos bromas fui yo. Una sobre la atribuida hija de Petro y su emocionante vida íntima (nunca he visto una de sus películas, pero he oído que son muy significativas) y otra acerca de mi pronóstico para el Mundial. Mis compañeros serios como una puerta.

No digo nada de ellos. Ellos fueron lo que deben ser: unos profesionales serios que aportaron conocimiento y opinión. Hablo del país en general. Sí, es cierto, unas elecciones, el futuro del país y tal. Sí. No digo que no. Pero qué serios que son todos, oiga. En Colombia, más allá de los viñetistas de los periódicos y de algún que otro canal de Youtube que, más que al humor, se dedica a la crítica ácida, apenas existe ejemplo reseñable de humor político. Comprendo los motivos, no se crean. Soy extranjero, pero sé que al único humorista político que hubo, Jaime Garzón, le pegaron dos tiros. Con esos precedentes es normal que la gente se lo piense dos veces antes de hacer bromitas.

No obstante, esas bromitas son necesarias. Si se creen que la democracia es simplemente tener una Constitución, unas instituciones y confiar en que todo funcione más o menos bien es que no se han enterado muy bien de cómo funciona el mecanismo. Con perdón. La democracia es eso, pero quizá más que eso, es un conjunto de pequeñas cosas inaprensibles. Costumbres, hábitos, tradiciones. La de que los cargos políticos ejerzan por deber y no por ánimo de lucro. Que los ciudadanos obedezcan la ley por conciencia y no porque les obliguen. O que podamos reírnos de nuestros políticos con toda la naturalidad.

Ustedes aquí en Colombia, que para otras cosas son tan relajados, se toman la política demasiado en serio. Como si de verdad los políticos fueran los jefes y no unos meros burócratas a los que ponemos ahí para administrar la cosa pública. Bueno, pues si Colombia se está normalizando (la OCDE, señora) en tantas cosas, el humor político debe ser otra. Es vital que haya un par de programas de humor político en la televisión. Un Saturday Night Live como el que tienen en EEUU o unos guiñoles como los que disfrutan en Francia (o en España hasta que infaustamente desaparecieron).

Dirán ustedes que tampoco es tan importante. Más lo es la paz o la lucha contra la corrupción. Y ahí se equivocan. Sí es importante. Pues difícilmente uno puede relativizar las cosas, valorarlas en su justa medida y tomar las decisiones adecuadas si antes no ha sido capaz de reírse de ellas dándose cuenta de lo ridículas que, más allá del artificio, suelen ser. Créanme, generalmente detrás de la seriedad no se esconde la inteligencia, sino la mediocridad. La risa es hija de la inteligencia y Colombia ya se merece un poquito de ambas.

@alfnardiz