¿Quién dijo miedo? El fiscal general de la Nación, Néstor Humberto Martínez, nos dejó a todos patidifusos tras revelar que los sobornos de la multinacional brasileña Odebrecht fueron tres veces superiores a los montos que inicialmente nos había indicado. Mejor dicho, los señores del país de la samba y la caipirinha pagaron coimas por más de 32 millones de dólares en Colombia para quedarse con obras de infraestructura entre 2009 y 2014.

Ya eran escandalosos, indignantes, vergonzosos, póngale el adjetivo que prefiera, los 11 millones de dólares que pensábamos había pagado Odebrecht a políticos, funcionarios y ejecutivos para quedarse con esos contratos. Ahora resulta que por ahí pasó –pero de lejos– su voracidad corrupta, según reconocieron los involucrados a autoridades de Brasil y Estados Unidos.

Y esto es solo la punta del iceberg de la corrupción del sector privado, que en Colombia creció de manera asquerosa durante los últimos años. Hoy la investigación continúa en nuestro país y debe ser un clamor ciudadano que se sepa toda la verdad sobre este entramado criminal, que tiene a tres brasileños con órdenes de captura vigentes.

En Colombia, donde hemos naturalizado la corrupción, eje de la injusticia social y hasta llegamos al cinismo de elogiar al bandido que “tumba” al Estado, tenemos la percepción que los sobornos y las coimas solo se reparten o se acuerdan en el sector público entre los contratistas y las autoridades de los entes territoriales o del orden nacional. Error: “el soborno es una institución en las empresas privadas, tanto que 8 de cada 10 empresarios reconoce haber cometido actos de este tipo u oído que existen y la coima que se cobra en el sector privado es del 17% del negocio. Datos que se desprenden de una investigación sobre la corrupción en el país que adelantó durante los últimos 24 meses la Universidad Externado de Colombia. Su rector, Juan Carlos Henao, líder del estudio, es contundente: la corrupción es un asunto cultural que exige absoluto rechazo como sociedad a la connivencia ciudadana con la ilegalidad y con la cultura de lo ilícito. “Mientras no haya conciencia ciudadana sobre lo inmunda que es la corrupción, no pasará nada” y aunque hoy existe un arsenal jurídico de medidas contra la corrupción, la institucionalidad seguirá fallando si todos nosotros no somos capaces de levantar la voz para “rechazar de manera vehemente al corrupto”.

Es hora de entender que “los atajos éticos no se valen y que no podemos seguir degradando su magnitud en términos de ineficiencia, burocracia o cualquier mal servicio, haciendo que se mitigue su horrendo efecto”.

Nos llenamos la boca señalando que la corrupción es detestable, pero no nos apartamos de los pequeños actos corruptos diarios. La corrupción debe avergonzarnos. No podemos ufanarnos de ella. Hay que ponerle un alto con un cambio de actitud, no me cansaré de decirlo; debe ser cuota inicial de la nueva sociedad, del nuevo país que muchos soñamos dejarle a nuestros hijos.