Jorge Valdano es, en mi opinión, el ex futbolista que mejor trasladó sus conocimientos, sus experiencias, su visión del fútbol, a la cancha a otros ámbitos como la academia, la dirigencia, los medios de comunicación y hasta el ambiente empresarial. Tengo por él un gran respeto y una indisimulable admiración.

El planeta fútbol tiene en él un distinguido representante. Los que habitamos ese planeta disfrutamos de la profundidad de sus conocimientos y de su fluida y brillante prosa. Pero puedo discrepar de algunas de sus opiniones. Recientemente hizo un análisis para el diario inglés The Guardian en el que consigna su oposición a la, según él, exagerada injerencia de las estadísticas y la tecnología en el juego y que atenta contra su pureza.

Yo he sido recurrente, y en eso coincido con Valdano, sobre la inutilidad de las estadísticas sino están mediadas por una explicación que refleje conocimiento del juego y de lo que cada jugador debe hacer de acuerdo a cada situación. He insistido en que, aún, las estadísticas no miden la inteligencia de juego. Pero, en lo que estoy en la antípoda con Valdano, es que él considera que el fútbol es lo opuesto a la tecnología, precisamente, por su exagerada condición humana: contradictoria, primitiva y emocional.

Y es por esto que declara al VAR como una aberración y consigna tajantemente que “si queremos ver justicia luchemos por ella pero en la vida real, no en una cancha”. Si se refiere a una cancha donde están jugando solteros contra casados, tíos contra sobrinos, amigos y familiares, quizá. Pero en una cancha en la que juegan deportistas que sus virtudes y logros producen, en España, el 1% del PIB, 1.300 millones de euros de impuestos al estado. Que produce 3.662 millones de euros de ingresos y que de 2015 a 2018 aumentó de 50.000 a 100.000, el número de familias que viven del fútbol profesional, yo creo que ya esa cancha sí es de la vida real. Y vale la pena acercarle todos los recursos posibles al encargado de impartila: el árbitro.