Aunque no existe una claridad absoluta sobre la fecha exacta del nacimiento de Jesús, lo que sí es claro observar que la celebración tiene que ver más con el magno acontecimiento divino, descrito maravillosamente en los evangelios de Lucas y Mateo, que con el día cronológico confusamente determinado.

La fiesta de Navidad fue introducida por la Iglesia Romana en el siglo cuarto de nuestra era y no fue hasta el siglo quinto que se estableció oficialmente como fiesta cristiana, para contrarrestar la celebración pagana ya existente en la antigua Roma en honor del nacimiento de un nuevo sol, y cristianizar así, la fecha del 25 de diciembre.

Dicho esto, es apropiado también decir que a través del paso del tiempo se han agregado muchas costumbres tradicionales y seculares a la celebración de las Navidades. Estas adiciones socavan la celebración auténtica del nacimiento del Salvador de la humanidad. El materialismo que día tras día, más y más rodea esta celebración, obviamente nos desvía a lo superficial y a lo comercial. Durante las Navidades las tiendas reportan ventas récords de licor, la deslumbrante fantasía, aunque hermosa, contrasta cada vez más con la sencillez de los hechos y mucha gente parece solamente estar concentrada en la diversión y se olvidan de lo que realmente da razón a la celebración de estas fiestas.

A pesar de tales preocupaciones, la Navidad sigue siendo muy popular, tanto, que se ha extendido a países de tradición no cristiana. Porque es en esta época del año donde la familia se reencuentra y descansa unida y regocijada en sus hogares, momento propicio para que el mundo entero deba darse una tregua para la reflexión y captar más sensiblemente el mensaje de paz y reconciliación entre los pueblos de Dios.

Por: Roque Filomena