Al fin se estrenó esta semana Cien años de soledad, la serie de Netflix inspirada en la novela homónima que casi todos hemos leído al menos una vez en la vida, y no han tardado en aparecer miles de reseñas, comentarios, críticas o apreciaciones en las que, como esta que aquí planteo, se expone un punto de vista frente a lo que representa trasladar una historia originalmente pensada y publicada en el lenguaje escrito al vasto pero también limitado universo audiovisual.
Con solo ver los dos primeros capítulos —sin temor a apresurarme en lo que exprese al respecto—, pude percibir una narración valiosa, aunque distinta y no del todo fiel a la obra cumbre de García Márquez… Pero ¿quién ha dicho que tiene que ser exactamente lo mismo que cada lector en su perfecta subjetividad recreó a través de ese ejercicio maravilloso de la imaginación recibiendo el estímulo de un libro en el que, cual casa enorme, habita lo extraordinario?
Ver la serie pretendiendo encontrar en cada segmento los ojos y la voz del nobel oriundo de Aracataca es desperdiciar la oportunidad de apreciar una forma distinta de contar una historia que, se narre como se narre, no deja de ser cautivadora. Quienes incluso se niegan a verla puede que estén más lejos de comprender la dimensión interminable de este mundo versátil y a la vez arremolinado que Nicolás Copérnico concibió, al igual que José Arcadio Buendía, como un gran cuerpo redondo.
De consideraciones éticas y estéticas estamos colmados todos. Mas ello no es obstáculo para que interpretemos la realidad, e incluso lo surreal, desde nuestras subjetividades, tan distintas pero tan semejantes. Así como la crítica literaria no es una ciencia cierta, la audiovisual tampoco tiene por qué serlo. Es, simplemente, una opinión. Y para entender eso hay que restarle peso al ego, quitarle a la cabeza los harapos del prejuicio, y darse cuenta de que una obra artística nunca es justo lo que su autor quiere que sea, sino más bien lo que cada espectador deduce desde su irrebatible individualidad.
De la novela de García Márquez a Netflix quizás haya una distancia del tamaño de aquellos huevos prehistóricos que el escritor inmortalizó con su letra. Pero ¿eso qué importa? Si en el Macondo primigenio que fuera concebido por el hijo de Luisa Santiaga, y en el de la producción audiovisual que entrega en un formato nuevo una vieja y ampliamente conocida historia, la metafísica es la misma: es esa suerte de caminos que se alinean hacia un mismo frente, aun cuando exploran lo divino y lo humano desde perspectivas distintas.
@catarojano