Adolfo Arrieta García ya tiene cadena perpetua.

La condena social que recibió desde el mismo instante en que unos vecinos descubrieron el macabro ritual en el patio de su casa, fue la más asertiva de todas las sentencias.

Y no hablo de la reacción de los pobladores, que incendiaron la casa del homicida para confiarle al fuego la impotencia que sentían frente a la más salvaje de las agresiones; ni de la golpiza que le propinaron los presos de la cárcel porque se indignaron por una perversión peor que la suya.

Tampoco de los falsos acompañamientos de algunos medios de comunicación, que volvieron a mimetizar su morbo en una falsa apuesta de servicio que lo único que hace es construir ciudadanías de miedo.
No. Se trata de la condena social.

A ella poco le importa el Código Penal, que tiene una sanción elevada que bien podría llevar la sentencia contra el violador y asesino de Génesis Rúa Vizcaíno, a 60 años de cárcel (con los años que tiene, estaría encerrado hasta los 107).

Y sí que menos el debate que han propuesto algunos para revisar la Constitución Política que nos rige, a fin de establecer la prisión de por vida para los violadores de niños. Eso es puro populismo punitivo, que no le queda bien a nadie, y muchos menos a los dignatarios de Estado.

Del resto, solo vale la rabia en el corazón.

Rabia para pedir la infalibilidad del proceso, es decir, que los jueces velen porque la sanción penal, cualquiera sea, se cumpla sin atenuantes.

Rabia para buscar explicaciones, inútilmente, en el alma adolorida, por qué hizo esto quien lo hizo.

Rabia para preguntarnos, más allá, cómo estamos hemos cuidado a nuestros propios hijos y de qué peligros se han salvado a pesar de nuestro descuido.

Rabia para preguntar qué hace el Gobierno que hoy se indigna, para proteger a los miles de niños que juegan en la calle o caminan a la casa de una profesora vecina para reforzar sus tareas escolares.

Rabia para tratar de saber por qué el gobierno departamental solo ahora empieza a actuar, si las cifras ubican al Magdalena como la región con mayor número de abusos sexuales a menores.

Rabia para preguntar por qué la madre de la niña solo conoció a la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar cuando fue a darle el pésame. Rabia para indagar porqué el Estado, o la Iglesia, o Dios no pudieron detectar y contener la enfermedad de estos sujetos.

Rabia para buscar en nuestro propio corazón exasperado por qué tuvimos que esperar que violaran, ahorcaran y quemaran a Génesis para enterarnos que cada día agreden sexualmente a 48 niños en Colombia.

Rabia para censurar la pornomiseria que se lee en las páginas de los diarios.

Rabia, mucha rabia, porque al fin de cuentas será la único que nos libere de la misma rabia que sentimos.

Rabia que en extenso será la que condene, ya no a cadena perpetua sino a una pena de muerte social al camionero de Fundación.

@AlbertoMtinezM