Milton Friedman, legendario economista de la Universidad de Chicago, Premio Nobel de economía de 1976, miembro de la Sociedad Monte Pelerin y, por ello, azote de todo aquel que no reconozca las bondades del liberalismo y del libre mercado. Resulta muy interesante poner su nombre en Youtube y pasar un buen rato viendo las diversas entrevistas, coloquios y conferencias en las que tomó parte y en las que, con una sencillez y simplicidad conceptual pasmosas, desmonta no pocos mitos y explica aún más conceptos. Entre ellos el de las drogas.

¿Cuál es la problemática de su ilegalización? Muy sencilla, nos dice Friedman. Si un producto es ilegalizado eso supone sacarlo del mercado regulado, esto es, lanzarlo a la ilegalidad del mercado negro. Desciende con ello la oferta al haber pocos sujetos dispuestos a ir contra la prohibición del Estado. Si la demanda se mantiene, y nada hace indicar que por prohibir un producto su demanda se desvanezca por arte de magia, las más básicas leyes del mercado indican que el precio subirá. Menos oferta, misma demanda, suben los precios. De cajón.

¿Y qué pasa cuando un producto ilegal tiene una demanda relevante y unos precios importantes? Pues que se genera un gran estímulo (una expectativa de beneficios elevados) para que actores ajenos a la legalidad, y dispuestos a asumir los riesgos inherentes a operar fuera de ella, entren en el comercio de dicho producto el cual, al ser prohibido, perseguido y castigado por el Estado, requerirá por parte de dichos operadores la capacidad de sobreponerse a las trabas del Estado, si es necesario mediante la violencia organizada, pues será a esta misma a la que recurra el Estado en su afán represivo.

O sea, y en cristiano: que si ilegalizas las drogas la consecuencia es el fomento del narcotráfico. Tampoco hacía falta ser tan listo, señor Milton Friedman. Al fin y al cabo, y como cualquiera que conozca algo de historia sabe, pasó exactamente lo mismo en los EEUU en los años 20: la decimoctava enmienda de 1919 prohibió el alcohol y, tras quince años de ver crecer el crimen organizado –Al Capone–, la vigesimoprimera enmienda de 1933 tuvo que derogar a la anterior. Si se prohíbe algo que la gente quiere, el resultado es que aumentan los precios favoreciendo que sujetos armados consideren el comercio de esa cosa un buen negocio, más aún si la prohibición les garantiza una situación de mono o cuasi-monopolio. Pasó antes con el alcohol y lleva unas cuantas décadas pasando con las drogas.

¿Solución? Friedman la tenía tan clara que casi da pereza tener que escribirla. Si un producto antes ilegal pasa a ser legal, hay muchos más operadores que lo venden, aumenta la oferta, baja el precio, mengua el beneficio potencial y los actores violentos pierden motivaciones para asumir el comercio. Con lo que disminuye la delincuencia aparejada a dicha actividad, el Estado requiere menos fondos para mantener el aparato represivo y, con los beneficios obtenidos de la recaudación fiscal derivada de la venta legal del producto, se pueden sufragar programas de rehabilitación y protección para los adictos (cuyo número disminuye al perderse el efecto atractivo que todo producto “malo” genera). Menos muertos, menos violencia, menos corrupción, menos gasto público y más ingresos legales. No lo digo yo, lo dice Milton Friedman.

@alfnardiz