Por estos días abundan las fotos de europeos bañándose en las fuentes públicas de sus ciudades. Son bonitas las fotos y se ven muy divertidas todas estas personas gozando en el agua. Pero no todo es lo que parece. Europa registra las temperaturas más altas en 260 años. Hay casos muy dramáticos. En Suecia ya se han quemado más de 25.000 hectáreas, lo que implica la muerte de millones de animales. En Grecia los incendios forestales ya han cobrado la vida de más de cien personas. Finlandia y Estonia reportan que los lagos y ríos ha descendido preocupantemente su caudal. Bélgica decretó la alerta roja y Francia está en altera naranja.

Y hay más. El domingo pasado se presentaron más de 3.100 emergencias en Tokio por cuenta del calor. Ni las ambulancias ni los bomberos dieron abasto. Rusia es la que lleva hasta ahora la peor parte. En Siberia, quizá una de las regiones del mundo que más evoca el frío, actualmente arden más de tres millones de hectáreas. Desde hace una semana no han podido apagar los más de 250 focos activos de incendios, a pesar de que Putin ordenó al ejército que se uniera al esfuerzo de los bomberos.

Está de más decir que Putin apareció después de que cientos de personajes de la cultura grabaran videos instándolo a que se apersonara del problema y tomara medidas urgentes. Para él, como para Trump y Bolsonaro, entre otros, “esa vaina del cambio climático no existe”, eso es puro invento chino. Bolsonaro no sólo asume con desdén los temas medioambientales, sino que además niega lo que muestran los satélites: casi 6.000 kilómetros cuadrados se han deforestado en la Amazonia estos últimos meses para uso agrícola y ganadero. El pulmón del mundo tiene cáncer y ese cáncer se llama Bolsonaro.

En toda esta tragedia que vive hoy la Tierra lo que a mí más me afecta, y mucho, son los animales. Como las imágenes de las vacas y los perros muriendo ahogados en el canal del Dique durante el invierno de hace unos años. O las de los osos polares buscando comida en los basureros humanos. O las de las morsas suicidándose por falta de espacio.

Esta semana se conocieron los cadáveres de más de doscientos renos que murieron de hambre el invierno pasado. Como muchos otros animales desde el comienzo de los tiempos, los renos deben migrar cada año a lo largo de miles de kilómetros para que las hembras den crías en zonas de abundante comida. En diciembre llovió más de la cuenta. Esa lluvia se congeló y creó una gruesa capa de hielo. Cuando los renos llegaron no había pasto. De seguir muriéndose así, en unos años Santa Claus no tendrá renos que lo acompañen a traer los regalos.

El cambio climático va demasiado deprisa para los seres vivos. Los animales no pueden seguir su ritmo y son pocas las especies que se adaptan al calentamiento global. No sólo estamos acabando con la Tierra sino también con todo lo que en ella existe.

En medio de tanta tragedia, esta semana hubo una noticia muy positiva, alentadora: Etiopía plantó más de 350 millones de árboles en tan sólo 12 horas. La meta es plantar 4.000 millones. Un ejemplo a seguir.

@sanchezbaute