Mary: Nunca debí volver a quedar embarazada. Habría sido mejor para él. Así no habría sufrido por mi culpa. ¡No habría tenido que saber que su madre es una drogadicta!

James: ¡Calla, Mary, por amor de Dios! Él sabe que es una maldición que cayó sobre ti.

Texto de la obra de teatro, Un largo viaje hacia la noche, del dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill.

La obra fue escrita a principios de los años 40. Cuenta la historia de la familia O’Neill. Los hechos suceden en 1912. La madre de Eugene O’Neill se volvió adicta a los opioides justo después de su nacimiento. Le recetaron morfina en exceso hasta volverla drogadicta. Esto cambió el destino de su familia y lo llevó a escribir su obra maestra. Mary Cavan Tyronees el personaje principal, logra superar la ficción. Su realidad se asemeja a la de miles de personas en el país norteamericano.

La tragedia de los O’Neill ocurrió a principios del siglo XX. En 2015, un siglo después, se registraron más de 33.000 muertes por culpa de los opioides en Estados Unidos. Aunque en esta estadística se incluyen las muertes por heroína, más de la mitad ocurrieron por culpa de medicamentos recetados.

La crisis de los opioides en el país norteamericano no es un tema reciente. El efecto de este tipo de sustancias es más peligroso que el consumo de cocaína en exceso. La mayoría de muertes no son precisamente por las drogas ilegales. Las drogas sintéticas, formuladas por doctores, legales —y hasta anunciadas en campañas publicitaras como cualquier producto inofensivo—, son el mayor problema en esta ecuación.

Donald Trump declaró que la crisis es una “emergencia de salud”. Se lavó las manos culpando a países como México y Colombia que nada tienen que ver con el zafarrancho que crearon los capos de la industria farmacéutica. Los verdaderos culpables de esta situación que se sale de control. Esos que crean medicamentos adictivos como oxycodone, vicodin y fentanyl. Este último, 50 veces más fuerte que la heroína, resulta que es legal. Lo prescriben los médicos y se encuentra en cualquier farmacia de Estados Unidos, en el CVS de la esquina.

Kermit es una ciudad en Virginia. 400 personas habitan el lugar y, en menos de dos años, recibieron casi nueve millones de píldoras opioides según el Congreso. Es una locura la cantidad de opioides que se distribuyen a lo largo del país. No existe un verdadero control. La DEA se preocupa por perseguir a los narcotraficantes colombianos y mexicanos. Mientras que la industria farmacéutica crea drogas sintéticas, las distribuye en cantidades exageradas, las receta para calmar cualquier tipo de dolor y matan a más personas que el sida en su peor momento. Estos señores de saco y corbata son los responsables de una epidemia que está lejos de terminar.

Las grandes empresas farmacéuticas como PurduePharma, Johnson & Johnson, entre otras, ganan millones de dólares al año por estas pastillitas que alivian el dolor. Es una industria con poder. Por esto, el señor Trump, el Congreso y hasta la DEA prefieren tapar el sol con un dedo.

Es más fácil culpar campesinos en países latinoamericanos que cultivan coca. Es más aceptado perseguir narcos que complazcan el imaginario de Pablo Escobar. No debe ser tan elegante condenar a químicos académicos y prestigiosos, de bata blanca y apellidos reconocidos. Los narcos gringos tienen su disfraz bien puesto, una armadura difícil de romper.

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