Parece que se perciben vientos de esperanza, al menos de serios propósitos de paz. Y es para sentirse optimista viendo estrecharse las manos al presidente de Corea del Norte, Kim Jong-um, con Moon Jae-in de Corea del Sur y a Donald Trump, nuestro gringo. Ellos se comprometen a desmantelar, en presencia de expertos internacionales, las instalaciones de pruebas de misiles. Es una buena noticia que le hubiera gustado saber a Kofi Annan, el hombre de sonrisa humilde que acaba de irse al lejano mundo que pensamos existe, dejando una estela de respeto y aquiescencia como secretario general de las Naciones Unidas, su último cargo, en su larga y fructífera trayectoria.

Desde la Organización de las Naciones Unidas obtuvo éxitos que le hicieron merecedor de ganar el Premio Nobel de la Paz en el 2001. Uno de sus desencantos fue que tras duras batallas perdió lo que él consideraba su gran fracaso, no poder impedir la invasión de Estados Unidos a Iraq.

Un paréntesis que siempre destacó en su vida, siendo el primer hombre negro en ocupar la Secretaría General de las Naciones Unidas donde, durante su mandato, priorizó la planificación de la reforma de este organismo, siendo su primera iniciativa importante la presentación del llamado Plan de Reforma para la Renovación de las Naciones Unidas. Se pronunció repetidamente en favor de la lucha contra el Sida, que sería prioritaria en sus gobiernos.

Una no puede dejar de sentir agradecimiento a la vida cuando observa y admira a personas como Kofi Annan y Martin Luther King. Ambos trabajaron arduamente y dieron su apoyo a Nelson Mandela. A quien en una entrevista, ya en libertad, le preguntaban si no guardaba rencor por la injusticia en contra de su vida y respondía aludiendo a la cita de Confucio: “Me piden un consejo para toda la vida. Perdonad a los demás y no hacer lo que no quieras que te hagan a ti. Pues como dice un proverbio en Nigeria: “Carecer de enemigos equivale a buena salud y una buena receta para tenerla es carecer de enemigos”.

En definitiva, empatía, compasión, perdón y solidaridad son actitudes que no necesariamente están a favor del “yo”. Son valores que existen en la vida real. Son actitudes que tendríamos que practicar todos.

También Albert Camus, con su novela La Peste en 1947, daba el mensaje en la trama de la solidaridad en el marco de la peste que azota a la ciudad argelina de Orán.

Ustedes van a decir que esta semana estoy yo muy moralista. Entre el afán de la columna, sobre una página en blanco, me ha llegado la oportunidad de leer y meditar unas frases de Martin Luther King que me han hecho mirar por mi ventana y encontrar más claro que de costumbre el azul del cielo que me ampara y quiero compartir con ustedes: “Cuando mi padecimiento aumentó pronto me di cuenta de que había dos maneras de dar respuesta a esta situación: reaccionar con amargura o bien transformar mi sufrimiento en una fuerza creativa. Escogí esta última”. ¿Están de acuerdo con Martin Luther King?