A Diana, de 10 años, la abusó sexualmente, torturó y mató su tío, John Eduardo Quintero, quien la condujo a su casa y le realizó tocamientos. Cuando la menor intentó huir le ató una cuerda al cuello y la violó. Para ocultar su monstruosidad amarró el cuerpo a la columna de una casa ubicada sobre el mar en Buenaventura. Allí la encontraron.

Mientras Quintero era detenido, 10 mil personas marchaban por las calles del puerto para reclamar justicia y condenar los crímenes de niños que hoy son paisaje en un país donde los depredadores sexuales, muchas veces familiares cercanos, los someten a los más espantosos vejámenes.

Diana es el último eslabón de una cadena de maltratos, abusos y asesinatos de niños que arrastra la sociedad colombiana. Medicina Legal dijo que entre enero y abril de este año se registraron 213 homicidios de menores de edad, 33 niñas y 180 niños. 54 en el Valle del Cauca, 40 en Antioquia, 16 en Bogotá y 14 en Atlántico, entre otras regiones.

Aunque las cifras oficiales hablan sólo de 2 feminicidios, en el Cauca en apenas tres días se encontraron los cuerpos sin vida con signos de abuso sexual de Yuliana Chirimuscay, de 15 años, y Emely Rivera, de 11 años. Además, 6.085 niñas menores de edad han sido víctimas de violencia sexual este año en Colombia: 50 menores violadas al día en el país. ¡Aterrador!

¿Qué le pasa por la mente a un depredador sexual cuando aborda un menor? Basta escuchar el testimonio del confeso violador y asesino de la niña Yuliana Samboní, de 7 años, para intentar entender la desconexión emocional que tienen estos delincuentes con la realidad. Rafael Uribe Noguera, condenado a 58 años de cárcel, testificó en el juicio contra sus hermanos, Catalina y Francisco, procesados por presunta obstrucción a la justicia.

Dijo: “Siento mucha angustia porque van a llegar al apartamento mis hermanos y escondo el cuerpo de Yuliana. Antes o después, no recuerdo el orden exactamente, cojo la ropa de ella y la escondo en la cisterna del baño principal del apartamento”. Frialdad extrema.

Mientras parte del país reclama cadena perpetua para los violadores de niños, las iniciativas que la avalan se siguen hundiendo en el Congreso. Válido el debate político-jurídico, la creación de un registro para identificar a las personas condenadas por abuso sexual y muchas otras acciones que están en curso, pero enfrentar esta problemática no puede quedarse sólo en lo penal. Estamos en mora de revisar la salud mental de los colombianos, un tema invisibilizado a pesar del incremento de trastornos vinculados a la depresión, violencia personal e intrafamiliar, suicidios e intentos y el consumo de sustancias psicoactivas.

Somos una sociedad indolente y enferma que está devorando a sus niños y el propio Minsalud admite que la política de salud pública es precaria. No hay prevención de factores de riesgo, la oferta de salud mental es insuficiente y no hay cómo garantizar continuidad en los tratamientos. Mal, como vamos, vamos muy mal. País inviable.