A los políticos los queremos cada vez menos. Quienes se dedican al llamado “arte de lo posible” están cuestionados, porque muchos de ellos son lo más parecido a maestros de la mentira y la manipulación, incapaces de cumplir sus promesas de campaña, campeones en manejar dobles discursos y agendas propias, especialistas en componendas ilícitas para favorecer sus intereses personales y los de los poderosos que los apoyan. En otras palabras, buena parte de nuestra clase política ha demostrado que no tiene escrúpulos a la hora de venderle el alma al diablo para aferrarse a su parcelita de poder con el único propósito de mantener su fugaz vanagloria.

No exagero. La Misión de Observación Electoral (MOE) reveló que, entre 1991 y 2017, 679 políticos, de ellos 443 alcaldes, fueron condenados por hechos de corrupción en el país. Ladrones de recursos públicos que son de todos.

Aquí tenemos actores políticos reconvertidos a bandidos a tutiplén. Es extensa y penosa la lista de escándalos por sobornos, desfalcos, sobrecostos en contratos, pagos por obras o servicios nunca entregados ni prestados. Odebrecht, Reficar, el carrusel de la contratación, el del PAE, el cartel de los pacientes hemofílicos y el de los enfermos mentales, el de la toga, el de las regalías… ¡No se pueden olvidar!

Esta sinvergüencería de la corrupción política ha extendido la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones, entre ellas el Congreso de la República. Por eso resulta paradójico que uno de nuestros senadores más controvertidos, ojo no por corrupción –aclaro– sino por su conocido ‘voltearepismo’ legislativo venga hoy a darnos lecciones de ética.

Roy Barreras se va lanza en ristre contra la clase política, a la que él pertenece, en un libro provocador y sarcástico en el que no deja títere con cabeza. Bueno, si salva a alguien, al senador y exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, de quien dice tiene el culo más limpio de la política nacional. De ahí el título de su indignado manifiesto El culo de Antanas, de editorial Planeta.

Roy actúa de médico forense de la política –él es cirujano– y en su libro revela cómo es por dentro la farsa electoral colombiana. Y él sí que lo sabe. Pero no se queda haciendo gala de nuestra “capacidad de autoflagelación y autodestrucción” que, bien advierte, nos caracteriza. En su diatriba para todos nos desafía a no seguir patrocinando esta vagabundería, sino más bien a ser parte de la transformación política porque dice –y con razón– “es cómodo criticar sin jugarse el pellejo en el cambio de las cosas”.

Válido que seamos críticos, que pongamos el dedo en las llagas de la política. Es el control social al que estamos llamados los ciudadanos en una democracia representativa, pero la próxima vez que levantemos la voz para quejarnos, preguntémonos ¿qué tanto estamos dispuestos a hacer para sanear la política colombiana y de paso dignificarla?

Ya es hora de que las pálidas nalgas del profesor lituano no sean lo único limpio de la política colombiana.