En Daguerrotipos liberales, un pequeño libro publicado en 1936, Rafael Redondo Mendoza dijo que los peores capitalistas eran los de Cartagena, “no viajan y cuando lo hacen no pasan de Turbaco”. Recordé el comentario de este liberal a propósito de lo ocurrido hace algunos días, cuando un grupo de empresarios cartageneros se reunieron con miembros de la casa política y empresarial de la familia Char de Barranquilla para solicitarles asesoría en sus intenciones de asumir la administración de la ciudad.

Que Cartagena vivió una crisis económica en la mayor parte del siglo XIX es un relato histórico que de tanto repetirse aburre, pero que no deja de ser cierto. También es cierto que para esa época, gracias a su comercio, Barranquilla se convirtió en la ciudad hegemónica del Caribe colombiano y en una de las más importantes del país. Así se construyó un discurso en el que Cartagena, lamentando sus dificultades presentes, acudía a sus glorias virreinales; Barranquilla, en cambio, se asumía como una ciudad sin blasones coloniales que festejaba la aventura moderna de inventar un nuevo tiempo. Un documento de 1870, cuando Cartagena perdió la posibilidad ante Barranquilla de construir un ferrocarril, decía que esta última era “una niña fresca y risueña, rebosante de vida”, y Cartagena “una vieja decrépita apenas digna de compasión”. Cartagena, pobre, se atrincheraba en su vieja nobleza. Barranquilla, próspera, celebraba su bárbara modernidad.

Ahora los “bárbaros” fueron convocados para dar cátedra de administración y los “nobles”, atentos, escuchan y toman nota. El problema es que los caminos andados han sido diferentes. Los Char son producto de una tradición plebeya como amerita todo proceso de modernización y acá, desde hace rato, se ha ensayado la modernidad sin renunciar a la vieja idea de jerarquías y prejuicios heredados. Los Char sustentan su éxito administrativo y su control político en cuatro pilares: Medios, Carnaval, Junior y Concreto. Y si algo han sabido explotar con absoluta habilidad para sus propósitos políticos, son los símbolos en los que todos los barranquilleros –sin distinción– se sienten representados. Acá ha sido sumamente difícil construir símbolos aglutinadores porque básicamente lo que hemos tenido son élites que han basado su distinción en el desprecio a las dinámicas populares, y así cualquier construcción ciudadana es precaria.

Me pregunto: ¿Qué proyecto de ciudad tienen estos empresarios más allá del fortalecimiento portuario, la construcción de marinas, los planes de vivienda de alto nivel en la zona norte, los complejos hoteleros y megaproyectos que desplazan a los habitantes tradicionales de zonas codiciadas?; ¿Recuerdan cuál fue la última gran obra de infraestructura que transformó la vida de los habitantes pobres de la ciudad?; ¿Recuerdan el último gran proyecto de transformación ciudadana y cultural en Cartagena?

Y por favor, no acudan a la repuesta de siempre: “es que nosotros generamos empleos”. Claro que generan empleos, pero sobre todo se enriquecen, no se les olvide. Tampoco se les olvide que no son negocios, que se trata de la construcción de la ciudadanía plena para todos, sin atenuantes. Tal vez, solo tal vez, las intenciones sean buenas, pero la tradición no los respalda.