A veces, para sobrevivir y arañar unos pesos de los programas oficiales, el Rap en las barriadas de Latinoamérica y el Caribe se edulcoraba: unos chicos con la apariencia de haber crecido amamantados por la bravura del barrio, rimando mensajes fáciles en contra de la violencia y el uso de drogas; un destiempo entre la imagen y el sonido, como una canción mal doblada en un viejo programa de música en la televisión; la ética y la moral cantaban, resignadas, sabiendo que detrás la estética se movía burlona.

Tengo la impresión de que a René Pérez Joglar (Residente), el cantante boricua, –digo boricua y no puertorriqueño, porque decir Borinquen sigue siendo un manifiesto de identidad cultural en medio de la complejidad político-administrativa de la isla– nunca le ha pasado eso. Por supuesto que ha negociado. Hacer parte de la industria musical ya es una negociación: “Tienes que comer, así que sigo de gira”. Pero más allá de gustos y preferencias por lo que hace profesionalmente, siempre ha sido consecuente con la imagen que proyecta y con lo que pasa de su cabeza a la boca en forma de canto. Lo sabemos. Creo, sin embargo, que la semana pasada, con la salida de su última canción, nos cimbró como nunca. ‘René’, ese manifiesto de la intimidad, cantado con voz suave, susurrada, con una orquestación minimalista, ambientado con imágenes de espacios familiares, nos sacudió tanto como cualquiera de los huracanes que cotidianamente azotan al Caribe.

Desde ‘El cantante’, la maravillosa canción que compuso Rubén Blades y que no podía cantar otro sino Héctor Lavoe, no se había creado y grabado en el Caribe de lengua hispana una pieza de música popular que tuviera una estética tan íntima y reveladora. Un estereotipo, con algo de fundamento, dice que los caribeños siempre andamos por ahí, ofreciendo el corazón abierto en leche de coco: “Como si fuera la primavera, no soy tanto”. Con esta canción René lo ofrece sangrante y de paso nos encima las vísceras con la bilis incluida. Un desaliento cantando en el que la única certidumbre parece ser un pasado al que se pretende volver agobiado por el presente que seguramente se deseó: “No sé pa’ donde voy, pero sé de donde vengo”. La canción es bella, el video es bello, porque la nostalgia estéticamente siempre ha sido más hermosa que la alegría.

La alegría está rota. Salva, quizá, lo de siempre: el hijo que sonríe porque todavía no tiene edad para la nostalgia, el recuerdo de la pedagogía escolar materna, la abuela, el álbum familiar, el juego de pelota, Roberto Clemente con su número 21 en el dorsal, el arroz con gandules, la calle, la esquina y la banda sonora de todo eso. Al final está Rubén, siempre Rubén, con su tarareo como un mantra prolongado y arrullador; con tres de sus acetatos encaramados en el tornamesa de la esperanza: Siembra, Buscando América y Maestra vida. Sí, “maestra vida, cámara, te da y te quita, te quita y te da”.

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