El doctorado es el máximo título que otorga una universidad. Implica el grado de especialización académica más minucioso, la inmersión más profunda posible en el conocimiento científico, la culminación de décadas de estudios.

Aunque los cartones colgados en la pared no pueden certificar la inteligencia de una persona y no pocas veces nos damos cuenta de que, por cuenta de las idioteces que dicen, a algunos parece no haberles servido de nada su grado de doctores, sería insensato afirmar que este logro académico es un asunto menor. No es fácil ser admitido en un programa de doctorado, no es fácil graduarse, no es fácil asumir el camino académico hasta las últimas consecuencias.

Por todo eso resulta una broma de mal gusto que la senadora Paloma Valencia haya declarado en una entrevista reciente que “trabajar al lado de Uribe es como hacer muchos doctorados juntos”. Como su frase estuvo acompañada del gesto serio de los convencidos, debemos creer que no se trataba de un sarcasmo, de un chascarrillo ingenioso, de un dardo lanzado con el fin de provocar las carcajadas de la galería. Paloma cree, genuinamente, que su líder es una universidad hecha hombre, un sabio, un experto en muchas ramas de la ciencia, un genio.

Pero, no es Paloma Valencia la única seguidora del sospechoso y sospechado expresidente que piensa así de su líder. Son muchos, son millones los que lo veneran como a un dios –esa es la razón por la cual estamos como estamos, hasta el cuello de ignorancia, medianía e indolencia–.

No obstante, la afirmación de la senadora no deja de ser curiosa, si tenemos en cuenta que Álvaro Uribe, además de no ser doctor en nada, es un hombre profundamente inculto que ni siquiera se esfuerza en disimular que sus únicas habilidades provienen de la picardía, del ingenio provinciano, de la viveza, unas cualidades enquistadas en lo más profundo de nuestra colombianidad que no son malas en sí mismas, pero no pueden ser comparadas con el peso intelectual de alguien que se ha quemado las pestañas leyendo libros, estudiando, tratando de entender, desde la ciencia, cómo es que funciona el mundo.

Este y muchos otros exabruptos que surgen del amor desmedido que produce un solo hombre en buena parte de nuestra clase dirigente son un ejemplo más de lo inmadura que es nuestra sociedad y de lo absurdo que se antoja cualquier intento de ejercer la democracia con sensatez y entereza.

No existe, lo sabemos de sobra, poder humano ni divino que pueda convencer a Paloma Valencia, ni a la horda que la acompaña en esta adoración permamente al hombrecillo oscuro que los guía, de que el mero hecho de estar a su lado no los convierte, ni de cerca, en pares de los doctores de verdad, no importa que los cartones obtenidos por ellos solo sirvan para adornar el espacio elegido de una fría pared cualquiera.

@desdeelfrio