Vivimos en un mundo que va más rápido de lo que nuestras mentes pueden procesar. Pareciera que un nuevo día es uno para que una nueva aplicación salga al ruedo. Y casi siempre son más rápidas, más fáciles, más útiles y más dinámicas, haciendo que las anteriores a ellas se vuelvan tan poco relevantes que se conviertan en casi obsoletas . Y para la muestra, un botón. Primero fue Facebook y Twitter, luego fue Instagram, y ahora es Tik Tok. Y si todavía no sabes qué es lo último y ni siquiera habías escuchado hablar de ella, déjame informarte que ya estás tarde.

Sin embargo, no hablo solo de las que involucran a las redes sociales, sino también de las que prestan un servicio, las que resuelven la vida, las que ayudan a administrar mejor el tiempo y las que permiten que nos sintamos más seguros. Y es que con cada exitoso nuevo invento de éstos, se transforman las maneras cómo nos comunicamos, cómo consumimos y cómo vivimos el día a día. Como si nos dieran un nuevo brazo o una nueva pierna, y casi sin darnos cuenta, en poco tiempo, ya no entendemos la vida sin ellas.

Pero como todo, cada una fue creada porque había una carencia que necesitaba ser satisfecha, había vacíos en los sistemas que necesitaban ser llenados, había problemas que necesitaban tener soluciones, y fue precisamente por esas necesidades, que comenzaron a crearse éstas herramientas.

El sistema de transporte público a nivel mundial, de manera generalizada, no daba a basto, pero más allá que esto, tenía una muy mala reputación. Pongamos a Colombia como ejemplo. Hace diez años, conseguir un taxi en Bogotá era toda una odisea. Y la cosa era más o menos así. O no te llevaban porque no les servía, o violentaban los taxímetros para que la carrera saliera más cara, o te trataban mal, o te atracaban. No digo que todos fueran así, por supuesto. Estudié toda mi carrera en la capital y conocí muchos taxistas honestos, queridos y serviciales. Pero, la verdad sea dicha, no era el común denominador de esta historia. Es por esto que cuando Uber entra a la jugada, y con él las otras plataformas digitales parecidas, la revolución fue inmediata. Te permite saber de antemano cuánto vas a pagar, te deja utilizar otros métodos de pago distintos al efectivo, puedes hacerle seguimiento al transporte, todo queda documentado en la aplicación (por si tienes un inconveniente de seguridad), y te deja calificar el servicio y ver de antemano las calificaciones, que permiten tener un mejor control sobre quién debe seguir en la aplicación y quién no. Y sí, esto alteró las ganancias de los taxistas, pero sobre todo, de los dueños de estas empresas. Tuvieron años para reinventarse, para hacerle la vida más fácil a los pasajeros, para garantizar más seguridad, para que hubiese el mismo número de ofertas para la alta demanda, y para que tuviesen precios justos, pero no lo hicieron. No cambiaron, no se transformaron y, por eso, más que por la competencia misma, fue que perdieron.

Pero ahora, de manera absurda, la Superintendencias de Industria y Comercio quiere acabar con Uber, violentando los principios de neutralidad en la red y perjudicando a los consumidores que merecemos tener diferentes opciones. Porque fue gracias al monopolio que tuvo el poder por décadas que el servicio se volvió malo, y como no teníamos opción, no nos quedó de otra que aceptarlo.

Pero eso ya no es así, ya hemos despertado, ya sabemos lo que hay, ya tenemos claro que es nuestro derecho poder escoger lo que más se nos acomode a nuestras comodidades, y que que es un atropello inútil querer devolver el tiempo.

Porque debemos acomodarnos a cómo vaya el mundo, aprender a nadar contra la corriente, caminar hacia adelante y adelantarse a los cambios que se avecinen.

Porque pa’ atrás, ni pa’ coger impulso