Estas últimas semanas ha venido tomando forma en Chile aquel presagio de Saramago: “El desplazamiento del Sur al Norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias”.

El presidente Piñera respondió al inicio con la tropa en las calles, luego pidió perdón, después hizo cambios en su gabinete, pañitos de agua tibia como hizo Colombia cuando mataron a Gaitán, profundizando más la grieta. A pesar del “Hay que cambiarlo todo para que todo siga siendo igual”, Piñera siguió sin entender que el problema es de fondo. Lo último que ha dicho es: “No supimos entender que había un clamor subterráneo de la ciudadanía por lograr una sociedad más justa, más igualitaria, con más movilidad social, más igualdad de oportunidades y menos abusos”. Ahora propone una política más social y cambios en la Constitución para frenar la gigantesca revuelta que no cesa.

En Colombia también parece que el gobierno no está a la altura de las circunstancias y no entiende que no se trata de retoques, sino de un cambio sustancial. Circula en redes este trino de Duque del 24 de marzo de 2017: “En la marcha del 1 de abril debemos participar quienes creemos que el Gobierno está conduciendo mal a Colombia”. Él mismo, junto con Uribe y otros, intentan detener el paro previsto para este 21 de noviembre buscando hacer creer que es antidemocrático y pidiendo que el país confíe en ellos, es decir, en los mismos que no han hecho más que prender fuego y generar polarización.

¿Acaso han salido a exigir en coro como una forma de acallar la crisis de gobernabilidad que produjo la caída de Botero? De ser así sería una torpeza política. Frente la polarización que él genera, el llamado de Uribe a unos lleva a otros justo el efecto contrario. Y estos otros son más del 50%, pues de la alta votación con que triunfaron hace año y medio cada vez quedan menos, aunque esos menos griten más, y hoy un 69% de colombianos está en contra del gobierno.

Más que gobernar, durante este tiempo el gobierno se ha dedicado a retar al país. La última vez que lo hizo fue hace un par de días, cuando en lugar de compadecerse con los familiares de los ocho menores de edad despedazados por el ejército –ni una sola palabra para ellos–, el presidente salió a felicitar a su saliente ministro.

La otra razón por la que podrían estar adelantándose a mostrar los dientes en lugar de anticiparse a solucionar los problemas es para justificar de antemano las medidas de seguridad (¿y los abusos?) de este próximo día. Todos queremos que el paro se desarrolle de forma pacífica, pero de tanto presagiar la violencia no hacen más que autocumplir la profecía.

PD. La libertad de Lula es una esperanza para Latinoamérica.

@sanchezbaute