A una semana de las elecciones al Parlamento Europeo que se celebran del jueves a el domingo en los 28 países de la Unión Europea, las fuerzas de ultraderecha quisieron protagonizar una gran demostración de fuerza el sábado pasado. Matteo Salvini, el ministro del Interior de Italia y presidente de La Lega, convocó a sus correligionarios extremistas a Milán, entre ellos la francesa Marina Le Pen y el holandés Gerd Wilders. Pero no solo la lluvia aguó el mitin de la ultraderecha. Uno de los suyos, el vicecanciller de Austria y líder del ultranacionalista FPÖ, Heinz-Christian Strache, tuvo que dimitir el día anterior por un video grabado en secreto en julio de 2017. En la grabación -desvelada por los medios alemanes Der Spiegel y Süddeutsche Zeitung y cuyo origen se desconoce- Strache habla de forma desinhibida y aparentemente algo alcoholizado con una mujer que pretende ser sobrina de un oligarca ruso. Strache le ofrece contratos públicos a cambio de dinero para su partido y le pide que se haga con el Kronen-Zeitung, el principal diario de Austria, para cambiar su línea editorial.

Mientras el FPÖ y muchos de sus seguidores arremetían contra lo que consideran una trampa conspirativa en la que había caído Strache, el resto de Europa suspiró con cierto alivio y con la esperanza de que el temido auge de las fuerzas ultras en las elecciones europeas pueda frenarse. Estos partidos han demostrado ser bastante impermeables a las frecuentes revelaciones en medios de comunicación sobre vínculos con grupos neonazis o declaraciones racistas o antisemitas. Parece que estos excesos no logran impresionar a su electorado. Pero la prueba evidente, como en el caso del video de Strache, de que detrás de su nacionalismo exaltado, algunos de estos políticos están dispuestos a vender la patria a intereses extranjeros es otra cosa. O igual no. En un primer sondeo en Austria después del escándalo, el FPÖ cae cinco puntos pero sigue teniendo un apoyo del 18%. Es decir, a uno de cada cinco austríacos le da igual la corrupción de Strache.

Algo parecido ocurre en el país vecino donde se investiga a Alternativa para Alemania por haber recibido fondos ilegales desde el extranjero, sin que esto haya mermado su apoyo. En España, Vox ganó un 10% en las elecciones del pasado 28 de abril con un discurso islamófobo a pesar de haberse financiado en sus orígenes con dinero de un grupo iraní en el exilio. Mientras, otros partidos de ultraderecha reciben ayuda de Rusia sin que le interese demasiado a sus votantes.

Parece que una parte del electorado ultra rechaza cualquier evidencia y se refugia en el mundo de las fake news y teorías de conspiración. Otra parte pasa de los pecados de estos partidos y da prioridad al discurso agresivo contra ese supuesto establishment progresista al que odian por encima de todo. Visto así, resulta muy difícil disuadir a la gente de que den su voto a estas fuerzas con programas más bien destructivos para la democracia. La rabia acumulada pesa más que cualquier argumento.

@thiloschafer