El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Estambul –después de una brutal tortura, según los relatos que nos llegan– permite dos lecturas. La primera, que los servicios secretos del reino del desierto, que ya ha confesado el crimen, son unos principiantes al deshacerse de esta forma tan obvia de uno de los mayores críticos de la dictadura ultrarreligiosa. O, segunda, que los jeques, encabezados por el príncipe heredero Mohamed bin Salman, se creen absolutamente impunes ante la comunidad internacional. Opto por esto último. Pero, en este sentido, hay un antes y un después de la muerte de Khashoggi. Las reacciones en el mundo occidental ante este crimen han superado con creces todas las protestas de los últimos tiempos contra las incesantes violaciones de los derechos humanos por el régimen wahabita. Es curioso que el asesinato de un periodista exilado en EEUU, por muy conocido que sea, haya provocado una respuesta mucho más contundente que todos los casos de reporteros y opositores que fueron encarcelados, azotados e incluso ejecutados por la monarquía del Golfo.

Pero la inaceptable condescendencia de Occidente con Riad ha perdido fuerza últimamente a raíz de la guerra en Yemen, en la que participan activamente las tropas saudíes y que ha causado varias matanzas de civiles. Muchos países europeos han revisado, es decir limitado, su venta de armas a la dictadura. Parece poco, pero no hay que olvidar que Arabia Saudí siempre ha gozado de una relación privilegiada con Occidente, primero por el petróleo, luego por su papel estratégico en una región muy volátil y últimamente como buen cliente de la industria europea y americana. Tras el escándalo de Khashoggi, Alemania ha paralizado sus –relativamente escasas– ventas de armas a los saudíes. Pero pide que sus socios europeos hagan lo mismo. No es fácil. En España el gobierno socialista, con los votos de los conservadores, ha rechazado cancelar los importantes contratos con Riad. Temen que esta medida ponga en riesgo miles de empleos en un astillero en Andalucía donde se deben fabricar buques de guerra para los árabes. En diciembre se vota allí un nuevo parlamento regional y parece que, una vez más, importan más los votos que los principios.

En política internacional, como bien es sabido, resulta sumamente complejo compaginar los estándares morales que predican muchos dirigentes con los intereses estratégicos y comerciales de los países. La reacción ante las barbaridades del régimen saudita es relativamente tibia. A la Rusia autoritaria de Vladímir Putin, Europa y EEUU la castigaron con sanciones económicas por la anexión de Crimea. ¿Serán capaces de hacer algo similar contra Arabia Saudí? ¿Y si realmente se adoptaran medidas para obligar a los jeques a tomarse más en serio los derechos humanos, quién sería el siguiente? Ante el pragmatismo de la diplomacia occidental –hipocresía dirían algunos– hay que pedir un mínimo de coherencia.

¿Alguien se atreverá a levantarle el dedo a China?

@thiloschafer