Tiene razón el titular del ‘Daily Telegraph’ al calificar como humillante la derrota en el parlamento británico del acuerdo del Brexit, negociado por el gobierno de Theresa May con la Unión Europea.

La histórica votación, de 432 votos en contra y tan solo 202 a favor, se constituye como el revés más estrepitoso de un gobierno en el poder desde 1920, y deja al gobierno conservador sumido en una crisis de legitimidad.

Las razones de los diputados obedecen a sus posturas originales frente a la salida del Reino Unido de la UE –que debe hacerse efectiva en un par de meses–, y de las posteriores negociaciones de la separación, que se han llevado a cabo con Bruselas durante 17 meses.

Por una parte, los euroescépticos afirman que los términos del acuerdo son inaceptables, por cuanto, en su concepto, hacen demasiadas concesiones a Europa, siendo el asunto del llamado ‘backstop’ –un mecanismo planeado para proteger a Irlanda de una posible reinstauración de una frontera dura que puede amenazar el Acuerdo de Paz– uno de los principales puntos críticos.

A la vez, los proeuropeos, sostenidos en la convicción de que el Brexit ni siquiera ha debido ser sometido a referéndum, afirman que el acuerdo dejaría al Reino Unido en peores condiciones que cuando permanecía en la comunidad continental.

El caos político que supone esta decisión del legislativo hubiera hecho dimitir a cualquier otro gobierno, máxime cuando el líder laborista, Jeremy Corbyn, presentó una moción de censura contra el ejecutivo para que la cámara decidiera sobre “su incompetencia”, la cual fue votada ayer miércoles.

En dicha votación el gobierno obtuvo una victoria por un estrecho margen, que le permitirá corregir algunos apartes del acuerdo y presentarlo el lunes próximo, sin que ello implique ninguna garantía de convencer a las mayorías necesarias para sacarlo adelante.

Mientras Bruselas ha pedido seriedad al Reino Unido, los ciudadanos que votaron en el referéndum, en favor y en contra, se manifiestan en las calles exigiendo que la situación se resuelva de una vez por todas.

A pesar de sus esfuerzos y de su persistencia, no parece claro que la primera ministra mantenga la frágil legitimidad que aún conserva, lo cual podría desembocar en la convocatoria de elecciones anticipadas.

Esto podría alargar aún más la crisis política más grave de la historia moderna que haya enfrentado el Reino Unido, derivada por una decisión popular plagada de medias verdades, que ha sido –mientras los hechos no demuestren lo contrario– una monumental equivocación.