Los barranquilleros se preguntan todos los días, mientras lidian con un tráfico vehicular insospechado hace unos años, cuáles son las soluciones más posibles al creciente problema de la movilidad de la ciudad.

Sin embargo, para encontrar las salidas es necesario primero entender las razones de este desbarajuste que parece no tener techo, que son fundamentalmente dos: crecimiento urbano y una planificación deficiente.

Es claro que Barranquilla es tal vez la ciudad de Colombia que más se ha desarrollado en las últimas dos décadas. Ese avance ha traído consigo cosas positivas: aumento del empleo, una infraestuctura pública de alto impacto, atracción de nuevos capitales, condiciones favorables para el comercio y los negocios, incremento del sector de la construcción, entre otras.

Pero existen efectos colaterales. Y uno de los más visibles es el tema de la movilidad. La prosperidad genera mayor poder adquisitivo y los ciudadanos, especialmente quienes pertenecen a una fortalecida clase media, aumentan sus posibilidades de adquirir vehículos nuevos y usados. Esto sin duda es bueno para la economía, pero también suele propiciar, cuando no se prevén las consecuencias, un terrible desorden. Si el número de vehículos aumenta exponencialmente cada año mientras que las vías por las cuales transitan son siempre las mismas, el dolor de cabeza de la movilidad se vuelve insostenible.

Por otro lado, el aumento de la construcción también afecta directamente el asunto del tráfico. Sobre todo en el norte de Barranquilla, barrios enteros que antes estaban conformados por casas se han convertido ahora en lugares en los cuales se yerguen enormes edificios modernos que son uno de los más visibles ejemplos de lo mucho que hemos crecido.

El problema radica en que en una cuadra en la que antes vivían 10 o 15 familias, hoy vemos 10 edificios de varios pisos, cada uno habitado por 40 familias, a razón de un vehículo por cada una de ellas. A esto habría que agregarle que las administraciones se han ocupado mucho en fomentar el sector de la construcción, y muy poco de los efectos colaterales. La planificación ha sido insuficiente, cuando no inexistente, y eso lo estamos sufriendo los barranquilleros a diario.

Esta es la medida del enorme problema del tráfico vehicular en Barranquilla. Muchos automóviles y vías que no dan abasto, sin que autoridades y especialistas lleguen a un acuerdo sobre las soluciones, que no pueden ser solamente la colocación de semáforos o las restricciones de circulación en horas pico. Es preciso encontrar salidas integrales que impliquen a un transporte público de calidad, el pico y placa total en sectores críticos, la cultura ciudadana y, por supuesto, la ampliación de vías existentes y la construcción de algunas nuevas que obedezcan a un plan urbano serio y a largo plazo.

Si eso no se logra, en poco tiempo será imposible cronometrar menos de una hora en un recorrido de 10 cuadras, y ese es un escenario que atenta contra la calidad de vida de una ciudad que debe estar lista para afrontar el crecimiento del que está siendo protagonista.