La catástrofe humanitaria en Gaza empeora cada minuto. Como es fácil de suponer, pero imposible de entender, cinco meses después del inicio de la ofensiva israelí en respuesta al ataque terrorista de Hamás, en el enclave palestino, sobre todo en el norte, donde aún malviven unas 700 mil personas, la gente muere por inanición, en particular niños y bebés. Dos más perdieron la vida por desnutrición y deshidratación en un hospital local, donde los médicos reconocen que no tienen medicinas para tratarlos. Con ellos, ya son casi 30 los fallecidos.

Esta trágica situación de absoluta escasez no es distinta en el sur de la Franja, donde se hacinan 1,4 millones de gazatíes. La hambruna hace estragos entre quienes han sobrevivido al asedio, los bombardeos o la destrucción, pero no tienen cómo escapar de la malnutrición por la prolongada e insuficiente ingesta de comida. Es tan reducido el ingreso de asistencia alimentaria e insumos médicos que apenas cubre el 3 % de las necesidades de la población, cantidad similar a la totalidad de los habitantes de Barranquilla.

Pese a los llamados de la ONU y de sus agencias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Unicef, que anticipan desgracias aún peores al advertir que el 80 % de las personas en riesgo de morir de inanición de todo el mundo se concentran en Gaza, Israel no accede a levantar los férreos bloqueos impuestos al ingreso de ayuda humanitaria por los pasos terrestres, como el de Rafah, frontera con Egipto. Ante la imposibilidad de entregar asistencia inmediata, continua y segura en toda la Franja, el hambre se extiende sin piedad, ensañándose con los más vulnerables.

Es así como uno de cada seis niños afronta desnutrición aguda al igual que una de cada cinco mujeres embarazadas, de acuerdo con organizaciones humanitarias que denuncian esta infamia.

En su “camino hacia la victoria total”, objetivo de la guerra en Gaza, reiterado, además, con insistencia por el primer ministro Netanyahu, Israel sigue cruzando todas las líneas rojas imaginables. Hasta su principal aliado, Estados Unidos, le ha exigido que haga mucho más para permitir la entrada de asistencia humanitaria a los civiles de la Franja e, incluso, el propio presidente Joe Biden, quien ha visto cómo su incondicional respaldo a una nación cada vez más aislada internacionalmente socava su aspiración de ser reelegido, le ha demandado que no use la ayuda como una “moneda de cambio” ni lance una operación terrestre en Rafah. Petición a la que se une la Unión Europea que también reclama una “pausa humanitaria inmediata que conduzca a un alto el fuego duradero” que no se vislumbra cercana, ni siquiera ahora en el Ramadán.

Por más que Catar y Egipto aceleraron las negociaciones, no hubo humo blanco sobre un nuevo intercambio de rehenes por presos ni un alto el fuego que aliviara las condiciones de los gazatíes durante el mes sagrado de los musulmanes. Este ha comenzado, de hecho, en medio de la privación de alimentos, agua o medicinas y nuevos bombardeos o ataques israelíes, las únicas dolorosas certezas con las que cuentan los habitantes de la Franja. El corredor marítimo que se abrió en las últimas horas desde Chipre es un hecho positivo. También lo es el lanzamiento aéreo de ayuda, pero no son la solución para dar respuesta a las descomunales necesidades de la gente. Estos esfuerzos exiguos apenas atenuarán la hambruna, que sería declarada de manera formal por la ONU que demanda, al igual que una decena de ONG, establecer condiciones seguras, nada distinto a un alto el fuego, para garantizar el acceso regular por tierra de asistencia humanitaria.

El comienzo del Ramadán, periodo de enorme relevancia religiosa para el mundo musulmán, ha reavivado los temores de nuevos brotes de violencia en la volátil región de Oriente Medio, donde a diario se registran incidentes en el Líbano, Siria, Irak o el mar Rojo frente a las costas de Yemen, ante la impotencia de la comunidad internacional que ha demostrado ineficacia para detener la guerra. En tanto, Israel se pasa por la faja las medidas inmediatas de obligatorio cumplimiento dictadas por la Corte Internacional de Justicia, en la denuncia de genocidio hecha por Sudáfrica. Sin claridad de futuro posible o, al menos, estable para la coexistencia de los dos pueblos, las tensiones cotizan al alza. Sin soluciones definitivas a la vista, con dificultad se contemplan acciones de limitado impacto cargadas –literalmente- de mensajes de supervivencia. Mientras, el hambre aprieta, el conteo del horror, que se sitúa en 31 mil gazatíes muertos, el 72 % mujeres y niños, no deja de aumentar, y los rehenes israelíes siguen en el limbo. A estas alturas, cabe preguntarse si queda alguna alternativa distinta a la guerra, que parece ser lo único importante.falled