Ansiosos por inaugurar una nueva era en la política de su país, este domingo millones de argentinos votaron masivamente por un ‘león’ extravagante e impredecible que dio un zarpazo histórico. Javier Milei, el economista de ideas ultraliberales, sin experiencia política ni un partido reconocido, se impuso con absoluta contundencia sobre el candidato peronista, el ministro de Economía, Sergio Massa, en unas elecciones atravesadas por una tensión sin precedentes. También por el miedo que cada uno de ellos personificaba. A lo desconocido, en el caso de Milei, o al continuismo, en el de Massa.

En la instancia final, las urnas hablaron con claridad. Pese al recelo ante un futuro incierto, pudo más la desesperación de una sociedad hastiada de vivir en un callejón sin salida interminable, acosada por una inflación anualizada próxima al 150 %, con una pobreza superior al 40 %, sin apenas opciones de trabajo digno, educación de calidad o condiciones de seguridad que, adicionalmente, ha perdido su capacidad adquisitiva en un 40 %.

La magnitud del triunfo del libertario indica que por él no solo votaron los indignados con la situación socioeconómica, su principal fuerza electoral, dispuestos a acompañar la transformación radical prometida por el líder anarco capitalista. También lo hicieron algunos sectores del peronismo que expresaron en las urnas su descontento hacia el modelo de gobierno populista encarnado por el kirchnerismo que durante 20 años se ocupó de esquivar recurrentes escándalos de abusos, corrupción, excesos en el gasto social o en el uso de fondos del Estado, con tal de atornillarse en el poder. Esta vez la voluntad popular impidió que siguieran en su ley.

De hecho, si los argentinos, tanto los dueños de las grandes fortunas como las familias de clase media y los hogares más empobrecidos pasaron por alto las excentricidades o rarezas de un individuo como Milei -la mejor definición de lo que es ser un outsider de la política- no fue únicamente porque confían en que sus draconianas recetas salvarán de su naufragio a la economía, sino porque deseaban ponerle punto final al ciclo del peronismo en sus distintas versiones, hoy el gran derrotado de los comicios. Cristina Fernández, Alberto Fernández y el mismo Sergio Massa tendrían que entenderlo así, aunque no existe ninguna certeza de que pase.

Lo cierto es que a Milei le esperan tareas descomunales, antes y después de su posesión agendada para el 10 de diciembre. La más urgente: formar un equipo coherente que le asegure gobernabilidad. Sin estructura partidaria, inicialmente se rodeó de movimientos de derecha que lo escoltaron en su aventura a la primera vuelta y de cara a la segunda recibió el respaldo de Juntos por el Cambio, del expresidente Mauricio Macri y la excandidata Patricia Bullrich, que se da por descontado hará parte de la coalición de gobierno.

En la difícil reconfiguración del sistema político, en la que lidiará con un Legislativo voluble, necesitará de respaldos claves, además de consensos y diálogo, para sacar adelante sus iniciativas, algunas tan controversiales como dolarizar la economía, suprimir el Banco Central o acabar los ministerios de Educación y Cultura.

Consciente de que el tiempo juega en su contra por el cansancio acumulado de sus votantes, ávidos de soluciones inmediatas, Milei confirma que no “habrá lugar para gradualismos ni medias tintas”. De modo que “la reconstrucción de Argentina”, advertida en su discurso de victoria, se convierte en el primer aviso del cambio de paradigma en ciernes. ¿Cómo o con quién lo hará? Este lunes, el libertario ya empezó a resolver el enigma, anticipando la reducción del tamaño del Estado y la privatización de entidades públicas, como la petrolera YPF, que tampoco serán pan comido, porque las soluciones no serán tan fáciles ni rápidas, como él mismo había prometido.

A Milei le hará falta moderación, un bien escaso en él, para encarar su destino. Por el momento la suma de crisis de la economía argentina se presenta como el desafío más inmediato, pero en su horizonte también aparecen la tensa transición con el saliente Ejecutivo y su relación con los gobiernos del vecindario, en especial los de su otra orilla ideológica con los que tendría que cuidar las formas para no desatar confrontaciones estériles.

El talante demócrata de los gobernantes se demuestra en procesos electorales garantistas como este, en los que el veredicto popular es incuestionable, así el resultado no guste. Mensaje en clave institucional para el presidente Petro.