Primera semana de 2023 y la cuesta de enero, no solo la económica por la insufrible escalada alcista, también la que nos ha dejado en pocos días desaciertos políticos o repudiables hechos de violencia, nos sitúa de lleno en la inacabable ‘permacrisis’ colombiana.

Siendo pragmáticos, este prolongado escenario de “inestabilidad e inseguridad, resultante de una serie de eventos catastróficos” ha permanecido invariable desde hace largo tiempo. Así que aunque el término apenas cobre vigencia, tras ser escogido por el diccionario Collins como la palabra del año 2022, en nuestro contexto ya forma parte de una realidad, cada vez más complicada de sobrellevar.

Demasiadas crisis nos golpean de manera simultánea, obligándonos a vivir al límite de lo posible y, como si fuera poco, haciendo difícil su gestión y resolución definitiva.

Guardadas las proporciones, muchos de los problemas que afrontó Colombia el año anterior no distaron demasiado de las adversas circunstancias que trastornaron e incluso, alteraron por completo el horizonte global. Pese a los impactos diferenciales, buena parte de los riesgos o amenazas terminaron siendo similares debido a que en este mundo interconectado compartimos la misma incertidumbre por un futuro con enormes desafíos en ciernes.

En el listado de nuestros vaivenes no superados encontramos desde una inflación aún sin techo, mercados volátiles con un dólar otra vez rozando los $5 mil, criminalidad en expansión, una crisis invernal por efecto de la emergencia climática, presiones sociales por las alzas energéticas, confrontaciones políticas que se recrudecen o renovadas tensiones por descontento popular. Trabajo es lo que hay.

Son tantas las conexiones compartidas que al tratar de resolver una crisis es seguro que otra se abrirá, bien sea cerca o lejos. Eso es lo de menos. Somos distintas fichas de dominó, pero en un mismo juego. De modo que es previsible que los cataclismos que estremecieron al mundo en 2022 arrecien este año. Dos preocupan y mucho: la guerra en Ucrania y el pulso por un nuevo orden geopolítico global, en el que China insistirá en imponer su modelo para sobrepasar a Estados Unidos. Mientras los gobiernos siguen probando fórmulas para lidiar con sus propias ‘permacrisis’, los debe se les acumulan.

Por dónde comenzar cuando tantos intereses particulares atentan contra los generales, entorpeciendo concertar salidas para diversificar la matriz energética, enfrentar la desaceleración económica o gestionar los fenómenos migratorios.

En el apartado local, ni el presidente Petro, que aspira a erigirse en un referente internacional en política antidroga o en la lucha contra la crisis climática, ni tampoco su Gobierno, pueden ser ajenos a los vientos de incertidumbre que soplan allende nuestras fronteras. Con su abultado inventario de pendientes para 2023, como las reformas pensional, laboral y de la salud, la consolidación de la agenda de paz total, el nuevo enfoque contra las drogas o la transición energética en construcción, solo por citar algunos asuntos, queda claro que requerirán acciones certeras para concretar avances reales en beneficio de los ciudadanos sin derrochar más tiempo ni capital político en desgastantes esfuerzos destinados a apagar incendios desatados por ellos mismos.

Superar las emergencias humanitarias derivadas de la guerra, combatir la corrupción o reducir la desigualdad económica también son objetivos prioritarios que les demandarán determinaciones claras en un tiempo especialmente inestable e incierto como el actual año electoral.

Así que ante la quimera irrenunciable de superar nuestra eterna ‘permacrisis’, nos corresponde a todos como sociedad apelar a la unidad para encontrar caminos comunes. Una golondrina no hace verano ni nadie, por mucho que así lo considere, tiene las claves del futuro.