El del electo presidente de Ecuador, Daniel Noboa, como él mismo reconoció, era un proyecto político improbable. Pero su liderazgo joven, moderado discurso de tendencia liberal con propuestas concretas para encarar las profundas crisis de su país: seguridad y economía, y, sobre todo, el tono de su mensaje, tan conciliador como ausente de confrontación o descalificaciones personales que supo conectar con una sociedad harta de niveles de polarización asfixiantes, lo posicionó como una alternativa posible al correísmo. En pocas semanas, en medio de una campaña signada por dramáticos episodios de violencia, el empresario, de 35 años, pasó de ser un asambleísta apenas conocido a meterse en segunda vuelta y, finalmente, a ser elegido como el flamante mandatario que concluirá el periodo del saliente Guillermo Lasso, en mayo de 2025.

De hecho, su victoria (52,1%) sobre Luisa González (47,9%), la candidata designada por el expresidente Rafael Correa, prófugo de la justicia ecuatoriana tras ser condenado por corrupción y exiliado desde hace años en Bélgica, propinó un duro golpe a las aspiraciones del caudillo de la llamada Revolución Ciudadana, de retornar a su país, donde gobernaría en cuerpo ajeno, convertido en su principal asesor. Pese a que González ganó la primera vuelta del 20 de agosto no pudo revertir la historia del balotaje de 2021, en el que el derechista Lasso resultó victorioso.

En ese momento, como ahora, al correísmo, que ha demostrado ser una fuerza política con un importante respaldo ciudadano, capaz de obtener resultados significativos en los comicios regionales y legislativos, no le alcanzaron los votos para regresar al Palacio de Carondelet. Con un piso por encima del 30% del favor popular y un techo del 48%, según los entendidos, resulta evidente que los ecuatorianos no parecen dispuestos, no por ahora, a repetir el camino de “desarrollo e integración latinoamericana”, como Correa lo llama, otros prefieren calificarlo como el aciago sueño bolivariano del socialismo del siglo XXI, que les fue impuesto cuando este los gobernó. Aunque el exmandatario atribuya su nueva derrota a los “enormes poderes que enfrenta”, al mejor estilo del discurso de la izquierda latinoamericana, y no a sus propios errores, el peso de la historia es el que ha hablado a través de un voto de castigo expresado en las urnas. Esta manifestación de soberanía ciudadana no garantiza, sin embargo, que Daniel Noboa tenga el éxito certificado. Todo lo contrario. Su gestión no solo será breve, sino que se anticipa colmada de dificultades por gobernar con un Congreso de mayoría correísta, y, por tanto, en clara oposición.

También tendrá que lidiar con la premura de resultados que le exigirá un electorado ávido de soluciones. Por un lado, a la ola de extrema violencia e inseguridad desatada por estructuras del crimen organizado, tanto las locales como transnacionales, y, por otro, a una agónica situación económica marcada por un desempleo creciente, en particular entre los jóvenes que confían en el relevo generacional como una fórmula para resolver sus necesidades más apremiantes. Heredero de una inmensa fortuna familiar producto de un conglomerado empresarial que comenzó su abuelo con el negocio del banano, el mandatario electo de Ecuador es hijo del incombustible Álvaro Noboa, quien intentó cinco veces, sin éxito, ser presidente. Una de ellas, en 2006, perdió en segunda vuelta con Rafael Correa. Las paradojas de la política.

En su versión mejorada: más estratégico, liberal e innovador, si cabe indicarlo así, un Noboa gobernará Ecuador, finalmente. Su habilidad, conocimiento y pragmatismo para acceder a la presidencia, como reveló durante el debate que lo catapultó a ser considerado por la ciudadanía como una opción viable, se pondrán a prueba a la hora de materializar su batería de propuestas, entre las que no faltan algunas tan polémicas como las cárceles barcazas para los delincuentes peligrosos.

Noboa reconoce que poco más de un año y medio de gobierno no será suficiente para construir un ‘Nuevo Ecuador’, por lo que no descarta presentarse a las elecciones de 2025. Dependerá, claro, de qué tanto cumpla sus promesas para apuntalar las bases de un país distinto en el que los revanchismos políticos no condicionen las soluciones a la suma de crisis que afronta. Es indudable que Ecuador, harto de la vieja política y de quienes la ejercen con cinismo, apostó por el menos pensado. Turno el domingo para Argentina, donde el ultraliberal Javier Milei, aparece como el favorito de un electorado enojado, frustrado y dispuesto a romper con todo para recomenzar.