El gobernador Eduardo Verano habilita en los próximos días un nuevo tramo de la Gran Vía. Imprescindible. Esta obra, en la que se invierten más de 200 mil millones de pesos en sus dos unidades funcionales, se le ha convertido en un dolor de cabeza a los usuarios habituales de la carrera 51B, en especial a quienes residen en sus inmediaciones, sobre todo en Puerto Colombia, o integran la comunidad educativa de colegios y universidades que han visto alteradas sus rutinas desde noviembre de 2022, cuando se dio inicio a la construcción de este ambicioso proyecto de infraestructura que busca vertebrar el norte de Barranquilla con los municipios de la franja costera para impulsar su desarrollo turístico, la conectividad y la competitividad del Atlántico.

Como suele suceder cuando se trata de intervenciones de semejante magnitud, los tiempos previstos de entrega, según el cronograma de ejecución, se vencen sin que los trabajos estén del todo concluidos. Pues bien, la Unidad Funcional 1, entre el puente de la carrera 51B con Circunvalar hasta la Universidad del Norte, correspondiente a 1.2 kilómetros, apenas se terminaría en dos meses y estaría en servicio a finales de julio, mientras que la Unidad Funcional 2, que va desde el Club Campestre hasta la sede norte de la Universidad del Atlántico, estimada en unos 2.3 kilómetros, que tiene ahora un avance de 35 %, se acabaría de ejecutar en diciembre.

Indudablemente este proyecto, que contará con tres carriles para vehículos en sus calzadas norte y sur, ha tenido un grado de complejidad considerable. Basta recordar que para construir el deprimido de la Universidad del Norte, como reveló EL HERALDO, fue necesario excavar lo equivalente a un edificio de ocho pisos, unos 45 mil metros cúbicos de material, y diseñar un sistema de drenaje con bombeo para evitar que se inunde, como le ha ocurrido a obras similares.

En el camino quedan aún pendientes intervenciones claves, como dos puentes peatonales, uno frente al colegio Sagrado Corazón y el otro en las afueras de la Universidad Libre, así como un segundo deprimido a la altura del centro comercial Le Champ, además de andenes peatonales, ciclorrutas y otras obras complementarias de urbanismo y paisajismo que hacen parte de un proyecto estructurado para comunidades con realidades diversas que coexisten armónicamente.

Estas transformaciones que tendrán un impacto significativo, una vez estén concluidas, mejorarán la movilidad que se había vuelto caótica en el corredor vial por cuenta de la expansión urbana, de los nuevos equipamientos públicos y privados, ya son 14 instituciones educativas en la zona, y, en general, por el crecimiento poblacional en la conurbación entre Barranquilla y Puerto Colombia. De tal suerte que el desarrollo de la Gran Vía es en sí mismo una apuesta por elevar la calidad urbana, aunque ahora tenga que asumirse como un proceso plagado de incomodidades.

Es notable la expectativa que existe frente a las bondades del proyecto terminado, también en relación con lo que pueda ofrecer en términos de sostenibilidad ambiental, elemento esencial que la Gobernación del Atlántico haría bien en incorporar para revalorizar el espacio público. Sería un error no hacerlo. Socializar los avances de obra resultará fundamental en la cuenta regresiva para su entrega, también lo será garantizar un transporte público eficiente y de calidad que satisfaga las necesidades de los usuarios de la vía. Que el cambio no solo sea cosmético o parcial, porque la verdad es que todo luce bonito cuando es nuevo, sino que a través de estrategias de pacificación del tráfico, por ejemplo se generen modificaciones profundas y extendidas para reinventar la forma de movernos en un corredor donde convergen a diario miles de ciudadanos.

El panorama en la Gran Vía es todavía de mucho trabajo, acelerar es lo que corresponde ahora que los asuntos de gestión predial pendientes se han superado. Bienvenida la apertura de un tramo en contraflujo entre el cementerio Jardines del Recuerdo y la entrada de Villa Campestre, pero contratistas, interventores y la misma Gobernación del Atlántico, con el acompañamiento de las veedurías ciudadanas, tienen que ponerse las pilas para no quedarle mal a las comunidades que con paciencia han sabido esperar este megaproyecto que apunta a reducir la siniestralidad vial, mientras jalona el desarrollo económico y la competitividad del norte del departamento.