Son cada vez más los países enredados en lo que parece ser una corriente de zozobra política y social que recorre el mundo.

España es uno de ellos. Cuatro elecciones generales en cuatro años son la prueba palpable del preocupante atolladero en que se encuentra el país. Los últimos comicios, celebrados el domingo, reafirmaron la fragmentación del Parlamento, pero con una importante novedad: el crecimiento del partido de ultraderecha Vox, que pasó a convertirse en la tercera fuerza del Congreso.

El vertiginoso ascenso de Vox ha puesto en alerta no solo a los sectores progresistas españoles, sino también al conservador Partido Popular (PP), a quien le ha aparecido un potencial rival por la derecha tras cuatro décadas dominando a sus anchas todo ese espectro ideológico.

En las elecciones del domingo, Vox se nutrió no solo de votantes decepcionados del PP. También, de cientos de miles de seguidores del centrista Ciudadanos, que, en una estrategia enloquecida, intentó mostrarse mucho más ‘duro’ que el PP en distintos asuntos de alta sensibilidad, y sus votantes prefirieron dar su apoyo al original y no a la veleidosa copia. Es decir, a Vox.

Ayer, el presidente en funciones y ganador de los comicios, el socialista Pedro Sánchez, escenificó un acuerdo con el izquierdista Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, para formar gobierno. El objetivo declarado es frenar el ascenso de la ultraderecha en España. Sería el primer gobierno de coalición en la historia democrática de España, con Iglesias como vicepresidente.

Habrá que ver cómo sale este complicado invento. Por mucho que se presenten como parientes ideológicos, PSOE y Podemos son en muchos aspectos como el agua y el aceite. Además, sus escaños no les bastan para tener un mandato estable, por lo que deberán buscar apoyos parlamentarios, y en el horizonte de potenciales aliados lo que hay son formaciones nacionalistas o independentistas. Un lío.

Iglesias se ha comprometido a tener lealtad con Sánchez en al menos todos temas muy sensibles: la respuesta ante el desafío independentista catalán y la aplicación de la ortodoxia fiscal europea. Es un buen punto de partida, si se considera que Podemos ha mantenido posiciones radicalmente distintas a las de los socialistas en ambos temas. Pero son más las dudas que las certezas las que flotan tras el principio de acuerdo logrado.

Más aún: que consigan formar Gobierno no implica que hayan frenado para siempre a Vox. Este partido consiguió una nutrida representación parlamentaria, con la que seguro hará una implacable oposición. Y si la fórmula de coalición de la izquierda no funciona debidamente, la ultraderecha puede ser la gran beneficiaria. Así que mucho ojo a la política española.

Habrá que ver cómo funciona este complicado invento. Por mucho que se presenten ahora como parientes ideológicos bien avenidos, PSOE y Podemos son en muchos aspectos como el agua y el aceite.