De los mismos creadores y promotores de cadenas falsas que han generado una infoxicación preocupante en Barranquilla y el Atlántico en el peor tiempo de la pandemia, llegan ahora teorías conspirativas en relación con el virus o argumentaciones en defensa de quienes persisten en incurrir en actos irreflexivos que amenazan a sus propias familias y a comunidades enteras. ¡Serenidad y aplomo! Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre. Hay que reforzar un mensaje de responsabilidad social, individual y colectiva, para hacerle entender a personas, con una bajísima percepción del riesgo, que solo cambiando sus comportamientos será posible frenar el contagio.

La informalidad, que en Barranquilla y municipios como Soledad supera el 50%, continúa empujando a centenares de personas extremadamente vulnerables a salir a las calles cada día para rebuscarse lo del diario. Familias muy humildes, muchas de ellas desplazadas por la violencia, llegadas de otras zonas de la Costa o desde más lejos en el caso de los migrantes económicos de Venezuela, que se exponen al contagio mientras ofrecen todo tipo de productos y servicios. La cara más visible de esta dura realidad socioeconómica es la de los vendedores ambulantes, entre ellos las mujeres cabeza de familia, que con sus ‘carritos’ tinteros realizan larguísimos recorridos durante horas para ganar unos pesos que les permitan cancelar el arriendo de la habitación pagadiario y comprar comida para sus hijos.

Los auxilios económicos o ayudas alimentarias dispuestas por el Gobierno nacional o las autoridades locales, destinados a cubrir las necesidades diarias de esta población, resultan fundamentales en la actual crisis que se extiende, golpeando cada vez con más fuerza al departamento y especialmente a su capital. Para estas personas no es una opción quedarse en casa evitando la acechanza del virus, y se debe insistir en ello una y todas las veces que haga falta. Se arriesgan porque les toca. Que nadie considere lo contrario. Su atención en salud, así como en otros asuntos sociales y económicos, debe ser prioritaria en esta coyuntura porque claramente constituyen uno de los eslabones más frágiles de la cadena de contagio.

La clamorosa necesidad de estas comunidades contrasta con la desconcertante actitud de quienes siguen siendo sorprendidos en festejos, bien apertrechados de cerveza y trago, y en respuesta al llamado de las autoridades, que los conminan a resguardarse en sus casas para dar cumplimiento al toque de queda vigente, deciden reclamar mercados. Esto sí que es la pared. O, ¿qué valoración se puede hacer de aquellos ciudadanos que insisten en celebrar y en hacer vida social en sus residencias o en hoteles, reuniendo a decenas de familiares y amigos a los que agasajan con comida y licor y se molestan hasta tornarse agresivos cuando se les pide que suspendan el evento? 547 riñas en el interior de viviendas registró la Policía durante este puente festivo, mientras en el Día de la Madre fueron 461.

La galería de despropósitos en este nuevo puente festivo resulta inenarrable y llama a la reflexión. Desde la ‘narcofiesta’ de Malambo, citada a través de redes sociales, en la que la Policía y el Ejército sorprendieron a más de 60 personas con drogas, armas y licor, hasta los 400 establecimientos de comercio cerrados por incumplir los decretos del toque de queda y ley seca, pasando por decenas de rumbas en casas que fueron ‘apagadas’ y hasta el desmantelamiento de una gallera. Lamentable la pelea, en plena calle y a puño limpio, en el corregimiento de Puerto Giraldo, en Ponedera, entre jóvenes y miembros de la Policía. Cero respeto a la autoridad, pero señores de la Fuerza Pública, no pierdan de vista que la violencia solo genera más violencia. Por cierto, en el tropel, seguido de cerca por decenas de personas, nadie usaba tapaboca. Nadie. ¡Cuánta pedagogía hace falta en ese sector de la ruralidad del Atlántico!

No hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y en medio de esta pandemia vírica causada por la COVID-19 nadie puede tirar la toalla a la hora de replicar un mensaje de corresponsabilidad que ayude a entender la magnitud de lo que hoy se afronta. Un paso clave para superar tanta estulticia, necedad o pérdida del sentido común, voluntario o involuntario, de aquellos que se inventan batallitas donde no las hay, o deciden desconocer la larga lista de fallecimientos diarios. Gastar las fuerzas que aún quedan para prevenir y acompañar, en vez de recrear historias de ficción en torno a la pandemia, que causan igual o peor daño que el virus.