Setecientos cincuenta y nueve días, más de la mitad de ellos en confinamiento o con restricciones de aforos, mantuvieron aguantadas las energías, la alegría, el goce y las emociones características de los curramberos durante los cuatro días previos a la cuaresma en los que cada año se celebra el Carnaval de Barranquilla.

Fue una larga y prolongada espera en la que las polleras, los turbantes, las capas, las flores, las lentejuelas, los disfraces, las máscaras, los garabatos, los machetes de madera y todo lo que representa la fiesta patrimonial más grande del país se quedaron engavetados para poder brillar y lucir nuevamente en las cabezas y los cuerpos de los hacedores y artistas que engalanan las calles de la ciudad en cada desfile que mantiene vivas las tradiciones.

En un acto de responsabilidad y mesura, el cuarto pico de la covid-19 obligó a aplazar las emociones y prolongó aún más la espera para poder poner en práctica el icónico lema del Carnaval: “Quien lo vive es quien lo goza”.

No se pudo celebrar en su fecha original –del 22 al 26 de febrero–, pero, sin duda, el de este 2022 fue el ‘Carnaval del Desquite’, y lo fue en todos los sentidos. Aún a pesar del aplazamiento por un mes, se reactivó la economía, el turismo y la hotelería tuvieron un respiro, los restaurantes, el comercio formal e informal, los sitios de ocio y el sector del entretenimiento en general tuvieron una chance de recuperar en gran medida lo que perdieron o dejaron de producir en los últimos dos años. Pero por otro lado los bailadores pudieron volver a las calles y los vecinos a congregarse en los barrios, esa fue la constante de esta celebración, atípica por la fecha, pero más auténtica y más unificadora que nunca, porque los picós y los sancochos concitaron a los carnavaleros en familia y hermandad para disfrutar un carnaval que valió por dos, como lo promovía la soberana Valeria Charris Salcedo, quien merece un capítulo aparte en la crónica de las carnestolendas del 2022.

Ella hizo historia: fue escogida —por primera vez— en un concurso abierto entre 16 jóvenes para presidir lo que se denominó el ‘Carnaval de la Vida’, después de una pandemia que nos arrebató muchos seres queridos y que nos arrebató la posibilidad de congregarnos y juntarnos sin filtros ni distingos en la calle, el escenario natural de la fiesta carnestoléndica barranquillera.

Además de hacer homenaje a la vida, este fue también el carnaval de la inclusión, quizás de los mensajes más valiosos que hay para destacar de la fiesta presidida por Valeria Charris. Así se hizo notar en su espectáculo

de coronación, en los desfiles oficiales y en todas sus intervenciones, fue una celebración en la que todos tuvimos cabida y nos recordó que en las diferencias está lo que nos une.

Y no podemos dejar también de destacar el aporte del rey Momo, Kevin Torres, que cultiva las tradiciones con su comparsa y que también se lució con sus presentaciones y sus puestas en escena. Un rey de lujo.

Y ni qué decir de los reyes del Carnaval de los Niños, Victoria Char y Juan José Bermúdez, que en poco tiempo también se ganaron la admiración y el cariño de los barranquilleros con su carisma, talento y simpatía.

Ayer Joselito se fue con sus cenizas y se puso punto final, por ahora, al Carnaval de Barranquillaque este año dejó ingresos por más de $400 mil millones y atrajo más de 350 mil visitantes. Hoy las autoridades revelarán las cifras oficiales, pero por lo pronto la sensación es que la ciudad recuperó su esencia y tuvo la oportunidad de vibrar otra vez y exponer su espíritu festivo en cada rincón. Una vez más quedó demostrado que Barranquilla sabe celebrar con responsabilidad.