Hace cuatro semanas comenzó el horror en Ucrania. Desde entonces, la invasión ordenada por el déspota Vladimir Putin va mal. No solo para el admirable pueblo ucraniano que, pese a la capacidad de destrucción de la artillería y aviación rusas, reinventa a diario el valor de la palabra resistencia, sino en especial para el ejército invasor, cuya ofensiva no progresa como se esperaba.

Tampoco las negociaciones en curso producen ningún resultado que detenga el derramamiento de sangre ni el éxodo masivo de la población que continúa escapando del acoso de la muerte. Ya son más de 3 millones 500 mil los refugiados y casi 7 millones los desplazados internos.

Del otro lado del teatro de guerra en el que Moscú convirtió a Ucrania, las inéditas sanciones económicas de Estados Unidos y la Unión Europea provocan estragos en la cotidianidad de miles de rusos que se quedaron sin trabajo por la salida de su país de 300 grandes compañías internacionales. Pero aún se está lejos de un eventual escenario de golpe de estado palaciego contra el régimen o una rebelión de civiles por el amplio respaldo a favor de la guerra. Bien sea por la propaganda a la que están sometidos o porque se consideran superiores a los ucranianos, consecuencia de los delirios mesiánicos de su gobernante.

Sin pretender anticipar un balance parcial ni mucho menos presagiar el desenlace de un conflicto tan incierto, es posible señalar que Rusia sí luce debilitada o, por lo menos, empantanada en una guerra que el autócrata iluminado de Putin, en uno más de sus arranques de arrogancia, concibió y ejecutó para demostrar grandeza.

Claramente, su apuesta no está saliéndole como esperaba. Primero, porque aunque han caído ciudades, sobre todo las más pequeñas, las tropas rusas no logran mantenerlas bajo su absoluto control por la resuelta desobediencia civil de sus habitantes rebelados ante el ocupante hostil.

Segundo, porque Moscú subestimó la capacidad y voluntad de los ucranianos de las grandes capitales que, en medio de los destrozos provocados por los continuos bombardeos aéreos contra sus infraestructuras, se mantienen firmes en su decisión de no rendirse ni doblegarse ante el enemigo. Es el caso de la asediada Mariúpol, transformada en una ciudad en ruinas.

Un mes después del inicio de la guerra, Rusia no está arrasando al capaz e innovador ejército de Ucrania ni mucho menos a sus valientes ciudadanos que luchan por su propia supervivencia.

Es más, analistas advierten que los militares rusos han demostrado debilidades e incompetencias que los distancian de la aplastante victoria que preveían hace un mes. Una de ellas es la deficiente planificación de su supuesta ofensiva relámpago que le permitiría en un abrir y cerrar de ojos hacerse con Kiev, la capital.

Otra, las carencias en el reabastecimiento y logística de sus tanques y blindados, muchos de los cuales fueron abandonados en los caminos debido a la falta de piezas para reponer pérdidas, que no llegan, entre otras cosas porque en las fábricas rusas escasean los componentes occidentales indispensables para fabricarlas. A diferencia de lo que ocurre con los ucranianos, hoy pertrechados con armas defensivas que, a través de Polonia, les hacen llegar sus aliados de las potencias democráticas.

Una falencia más tiene que ver con la falta de preparación de las fuerzas rusas en tácticas de combate. Buena parte de ellas son jóvenes reclutas incapaces de librar una guerra de guerrillas con los ucranianos, ni de impactar con sus misiles objetivos estratégicos, con la precisión esperada, según ha quedado en evidencia. Lo cual, valga precisar, es una buena noticia en medio de todo.

En consecuencia, la ofensiva de los rusos en tierra no avanza, hasta ahora; mientras las defensas antiaéreas de Kiev aguantan el embate. Sin embargo, lo peor estaría por llegar si se decide un ataque contra países vecinos o se da vía libre al uso de armas químicas, biológicas o nucleares. Nada es descartable si el nuevo ‘zar’ entra en desesperación.

Tras un mes de crímenes de guerra, Ucrania empieza a ser un inmenso campo de batalla desierto, donde Putin podrá aún intensificar sus atrocidades e incluso, declararse vencedor por ganar cruentas batallas, aún a costa de la vida de miles de sus combatientes, pero es un hecho incontestable que la guerra la ha perdido ya.