La imagen del papa Francisco impartiendo la bendición desde el balcón del Palacio Apostólico a una desolada Plaza de San Pedro en el Vaticano, cerrada como medida de prevención por el coronavirus, es un nuevo capítulo de la historia de esta crisis mundial que se escribe a diario.

La fe se pone a prueba en estos tiempos de contención del virus y las celebraciones litúrgicas en la Santa Sede se llevarán a cabo sin la presencia física de los fieles. Es una decisión responsable. Su vecino, Italia, suma más de 25 mil casos y cerca de 2 mil fallecidos. Es uno de los países, con España e Irán, en los que hoy el Covid-19 está desbocado. Las tardías medidas de protección de estos países le están pasando factura a los grupos más vulnerables como personas mayores y pacientes crónicos.

Decisiones radicales, pero imprescindibles, siguen tomándose en todo el mundo. Nepal cerró a los escaladores el acceso al monte Everest, Brasil suspendió todas sus ligas de fútbol e Irlanda decidió clausurar sus pubs y no celebrará los tradicionales desfiles de San Patricio. Y en Colombia, se suspenderán clases desde hoy.

¿Alguien puede dudar del alcance global de esta emergencia? ¿Por qué cuesta tanto asumir con irrestricta responsabilidad el cumplimiento de las medidas de autoprotección y seguir esperando que el Gobierno ordene una cuarentena para dejar de atiborrar restaurantes, bares, discotecas y centros comerciales?

Frenar la expansión del coronavirus depende de todos y no exclusivamente de una determinación gubernamental. Se sigue pecando de un exceso de confianza a la hora de comprometerse con acciones voluntarias de aislamiento social, lavado de manos o permanencia en casa. Es ingenuo creer, por decir lo menos, que si el Gobierno decreta acciones, el virus desaparecerá como por arte de magia. Es hora de empezar a medir las consecuencias de cada una de las decisiones tomadas por los ciudadanos.

Cuántas frases insensatas, vanas e imprudentes se escuchan hoy en las calles o se leen en las redes sociales de personas inconscientes o con una clara intencionalidad que se dedican a propagar falsas informaciones y mentiras que terminan manipulando a los demás.

Hay que verse en el espejo de Italia y España que intentan no claudicar en medio del inmenso desafío que supone mantener sus hoy frágiles sistemas de salud ofreciendo atención oportuna a la avalancha de contagiados. Madrid disparó los fallecimientos en España y en un solo día se contabilizaron 152 decesos, elevando a 288 las muertes en ese país. Y aún quedan al menos dos semanas para que la emergencia empiece a estabilizarse.

Es un imperativo ético y moral detener esta escalada de ligerezas, de egoísmo y falta de solidaridad que está poniendo en máximo riesgo a los más vulnerables en esta crisis global, los adultos mayores. A ellos, a quienes se les debe tanto, hay que resguardarlos. Es una tarea de todos.

Desde El Heraldo, en medio de esta encrucijada en la que se ha convertido la amenaza del coronavirus entre nosotros, hacemos un llamado para reconocernos y ser capaces de cuidar al otro, de manera incondicional y gratuita, como una forma de protección colectiva frente al virus y así contener su frenético ritmo de contagios.