Con cara gano yo, con sello pierde usted. Esta frase popular retrata la encrucijada que hoy afronta la frágil democracia de Perú, donde tras la segunda vuelta presidencial difícilmente se puede hablar de ganadores. La mínima diferencia de votos entre el profesor de izquierda Pedro Castillo –quien lidera el escrutinio– y la excongresista Keiko Fujimori, heredera del autoritarismo de derecha que encarnó su padre, el exmandatario Alberto Fujimori, confirma la polarización del debate político que movilizó a los ciudadanos a acudir a las urnas no para elegir a la mejor o más confiable opción, sino para intentar evitar el mal mayor. Un voto de rechazo reconvertido en una sin salida que acorrala a los peruanos en la incertidumbre absoluta sobre el futuro de su nación que enfrenta desafíos apremiantes.

Las actas correspondientes al voto del exterior y de las zonas rurales más distantes del país definirán la elección. Corre prisa, pero el sistema electoral de Perú se toma su tiempo. En horas tan críticas, flaco favor han hecho las temerarias acusaciones lanzadas por la candidata Fujimori que sin presentar pruebas, y alentando a un discurso del miedo, advirtió sobre "indicios de un fraude sistemático" en los comicios cuando el conteo de los sufragios se tornó adverso a sus aspiraciones. Actitud irresponsable y en extremo peligrosa que pone en tela de juicio la legitimidad de un proceso avalado por la comunidad internacional. Fujimori equivoca el camino y tensa aún más una cuerda a punto de reventarse.

Castillo, por su parte, llamó a sus seguidores a la “paz, a la tranquilidad y la cordura”, aunque dijo que “hará respetar la voluntad del pueblo peruano”. Un mensaje que atempera el ambiente de máxima tensión que se respira en el país, especialmente en Lima, su capital, pero que deja grietas acerca del talante de estadista de este dirigente sindical seriamente cuestionado por su devenir populista y la apuesta de establecer en Perú un sistema en el que prevalezca el control estatal de la economía. Los mercados, de hecho, son los más nerviosos. Su inminente victoria provocó una caída de la bolsa del 7 % y una devaluación de la moneda local del orden del 2,5 %, el día después de la votación. Tanto Fujimori como Castillo deben descartar de plano cualquier intento de salida antidemocrática en caso de un desenlace que no lo favorezca. La menor posibilidad es inconcebible.

Sin estabilidad política e institucional, un sino recurrente en su historia reciente, Perú no podrá superar los devastadores efectos de la pandemia que colapsaron su economía hundiéndola más de 11 % en 2020 y desataron una gravísima crisis sanitaria que hizo de este país el de más elevada mortalidad por covid en el mundo. Retomar el cauce de los principios y valores básicos del ordenamiento jurídico, la transparencia en todos los niveles del Estado y la interlocución entre los sectores políticos en el Congreso son deudas que deberá atender el sucesor del actual presidente Francisco Sagasti, uno de los dos únicos mandatarios –junto a Valentín Paniagua– que en los últimos 35 años no ha sido procesado por la justicia, sobre todo por cargos de corrupción.

Fujimori y Castillo, contra quienes pesan serias dudas sobre sus valores democráticos, están en la obligación de anteponer sus intereses personales a la sensatez para evitar que el Perú siga dando tumbos que debiliten todavía más su institucionalidad. Quien asuma el poder tendrá que asegurar gobernabilidad para acometer los retos por delante, y esto solo será posible si se negocian acuerdos que sean sostenibles en el tiempo por el bien de los ciudadanos. Poner palos en la rueda del otro conducirá al país a una crisis aún más profunda en la que los peruanos tendrán mucho que perder.