Pedro Castillo asume hoy como presidente de Perú en medio de la esperanza, incertidumbre y hasta temor de millones de ciudadanos alrededor del rumbo que su gobierno tomará. La inédita y hostil crisis política desatada tras las reñidas elecciones del 6 de junio, en las que se impuso por menos de 45 mil votos a la líder de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, profundizó aún más la polarización de un país en tensión permanente por la fragilidad de su sistema de partidos, golpeado por una fuerte crisis económica, y además devastado por los efectos de la covid-19 que ha acabado con la vida de cerca de 200 mil personas durante el último año.

Es la radiografía, a grandes rasgos, del Perú que empieza a dirigir Castillo, hasta hace poco un desconocido profesor y exlíder sindical del magisterio, cuyo discurso disruptivo y reformista en materia política, económica y social encontró eco en una población hastiada de males enquistados en el ADN de sectores de la desprestigiada élite dirigente, en particular de una omnipresente y vergonzosa corrupción. El presidente necesitará mucho más que convincentes mensajes electorales en los que prometía romper el statu quo del Perú para sacar adelante su programa de gobierno y reivindicar las demandas de las clases menos favorecidas del país. Pero, la inexperiencia política y falta de gestión en lo público del docente podrían jugar en su contra, sobre todo a la hora de buscar imprescindibles consensos para asegurar la viabilidad de sus iniciativas en espacios como el Congreso, tan fragmentado como la misma sociedad peruana, en el que no tiene mayorías y al que ha propuesto disolver junto al Tribunal Constitucional.

Pese a que Castillo, luego de ser proclamado como mandatario electo, se comprometió a respetar la institucionalidad y a garantizar “estabilidad jurídica y económica”, el camino que seguirá es una incógnita. Sus propuestas en torno a una mayor intervención del Estado en la economía o cuestionamientos al libre mercado despertaron dudas sobre cómo abordará el manejo de las finanzas, cuál será su relación con la inversión extranjera o la propiedad privada, e incluso si llegará a cambiar el modelo económico. La ausencia de anuncios acerca de quiénes integrarán su gabinete añadió más misterio al tema. Es clave, por tanto, conocer si se rodeará de la izquierda más radical encarnada por el líder de su partido, Vladimir Cerrón, o acudirá a sectores moderados para acometer los cambios planteados no solo en asuntos económicos, también en el manejo de los recursos naturales o en la agenda social en la que se reconoce como un conservador frente al aborto, la eutanasia o el matrimonio igualitario.

Lo que sí está confirmado, por el momento, es la inminente convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente para reformar la Carta Magna, una de sus principales apuestas de campaña que, sin embargo, no cuenta con el respaldo del fujimorismo ni del resto de la derecha peruana, como tampoco de millones de ciudadanos que votaron por su contrincante, lo que podría dar pie al primer escenario de confrontación del gobernante. La oposición se anticipa más que exigente y dispuesta a arrinconar a Castillo al aislamiento político. La pugna no desaparecerá del país.

En medio de una agitación política y social tan compleja, asegurar mínimos de estabilidad para gobernar debe ser el principal objetivo de Castillo, frente a quien persisten grandes inquietudes que solo el tiempo podrá resolver. Está claro que el profesor Castillo, que en una jornada de enorme simbolismo se juramenta el mismo día en que se conmemoran 200 años de la Independencia del Perú, requerirá conciliación y no imposición para obtener la legitimidad que le permita encauzar la dirección del país vecino.