Se reinstaló en Caracas, Venezuela, la mesa de diálogo entre Gobierno y Eln, cuatro años y cuatro meses después del último encuentro celebrado entre las partes, en La Habana, Cuba. El inicio de esta nueva etapa, como todas en las que se han explorado salidas negociadas al encarnizado conflicto de más de medio siglo entre los distintos grupos armados legales e ilegales del país, recupera la esperanza de millones de colombianos que desean ver, lo antes posible, avances o resultados concretos que contribuyan a desescalar la intensidad de esta infame guerra. Sobre todo, en los territorios rurales avasallados por la violencia de los elenos.

La magnitud de la tarea asumida por las delegaciones, más allá de su manifiesta voluntad política y ética para conversar, se presenta titánica. No solo por las enormes expectativas de la sociedad civil en el proceso, el primero de los contemplados en la estrategia de paz total del presidente Gustavo Petro, sino porque como ha señalado el alto comisionado para la Paz, Danilo Rueda, “esta es una oportunidad que el país no puede perder”. Tiene toda la razón y en ello radican sus grandes retos. Por si fuera poco, en la campaña electoral, el hoy jefe de Estado se comprometió con la reanudación del diálogo. Pues bien, ya es un hecho cumplido: lo fácil ha sido consumado. Ahora, como le dijo el senador Iván Cepeda, uno de los negociadores, a EL HERALDO, se viene lo más complejo y corresponde entender su dinámica para no caer en sucesivas trampas.

Canalizar las expectativas de las comunidades, en especial las de carácter humanitario, será esencial para cerrar los primeros acuerdos parciales, una de las figuras novedosas de la negociación. A diferencia de lo sucedido con las Farc, lo cual no se debería desconocer, en este caso la máxima de “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, tan popular en La Habana, no aplica. Como precisa con acierto el médico, escritor y periodista Víctor de Currea-Lugo, los del Eln no son unas “Farc chiquitas”. No tiene sentido creerlo así, como tampoco esperar que, por su naturaleza confederada, decidan avalar temas cruciales sin consultar a los frentes.

Dicho esto, también es cierto que dilatar los diálogos de manera indefinida, sin establecer términos de negociación o una metodología clara para implementar los acuerdos parciales podría dificultar la construcción de esa paz que las delegaciones vislumbran como una política de Estado con “compromisos permanentes y verificables”, mediante “cambios reales” que superen la “violencia política y sus causas”. Ciertamente, asumen un compromiso desafiante que no estará exento de previsibles tensiones políticas e ideológicas, pese a que en la mesa estén sentados sectores de la sociedad históricamente críticos, como el representado por el dirigente de Fedegán, José Félix Lafaurie, quien llegó hasta ahí gracias a un gesto audaz del presidente Petro.

De momento, el ambiente es favorable, aunque conviene entender que la negociación no será sencilla. Que el Eln tenga por primera vez como contraparte a un gobierno de izquierda no es garantía de un rápido acuerdo ni de que desaparezcan de la noche a la mañana la violencia y la exclusión. Llevar adelante el proceso, además en Venezuela donde la guerrilla ejerce control territorial vinculado a actividades ilícitas, constituye otro reto que demandará, cuando se tercie, una profunda discusión. De “futuro con dignidad, derechos plenos y democracia auténtica” hablan Gobierno y Eln en su declaración conjunta. Suena ilusionante. Hacerlo real costará mucho. En consecuencia, que esta nueva ventana a la paz no termine en otra frustración dependerá en gran medida del empeño de las partes.