Nunca en la historia política de los Estados Unidos una mujer había llegado tan alto. El hecho de que además sea negra e hija de migrantes convierte este logro personal en todo un acontecimiento de interés global, ejemplarizante, aleccionador, pero sobre todo profundamente esperanzador.

Kamala Harris, la fórmula vicepresidencial del demócrata Joe Biden, defensora de la equidad de género y la justicia racial, sentenció su inmensurable aporte a la lucha por la igualdad con un poderoso mensaje destinado a derribar los techos de cristal que aprisionan a las mujeres en todo el mundo, “aunque puede que yo vaya a ser la primera mujer en este cargo, no seré la última. Porque cada niña pequeña que nos sigue ve que éste es un país de posibilidades". Millones de ciudadanos, entre ellos mujeres de todas las condiciones socioeconómicas, afroamericanos, minorías étnicas, poblaciones diversas y migrantes votaron por lo que representa la exsenadora de California, de 56 años.

Exponente de la diversidad racial de Estados Unidos es precisamente su origen, del que se siente orgullosa, el que ha marcado su impronta personal y profesional, a lo largo de una carrera fulgurante que no ha estado exenta de controversias alrededor de decisiones polémicas y hasta posturas consideradas demasiado conservadoras y duramente cuestionadas por el ala más progresista de su partido. Pero Kamala Harris, la mujer fuerte de talento notable, nunca estimó renunciar a sus aspiraciones porque su principio rector apunta a que la política debe llegar a ser relevante. Y ella sí que lo está demostrando como una figura de enorme peso, absolutamente decisiva en la Presidencia de los Estados Unidos, que hoy asume Joe Biden. Con él deberán ejercer como expertos equilibristas en su intento de reconciliar, y si cabe, sanar a un país lesionado y divido por los extremismos promovidos desde la propia Casa Blanca.

Kamala se ha convertido en la gran carta de Biden, y a su lado están llamados a recuperar la decencia, esperanza, unidad y respeto por la verdad con las que tendrán que encarar el inmenso desafío de reconstruir el alma de su nación liderando un cambio moral que resulte definitivo para frenar la embestida autoritaria de su antecesor que, tras el salvaje ataque al Capitolio, demostró que era un peligro real capaz de pisotear la dignidad humana y la libertad.

Biden y Harris asumen enormes tareas para garantizar, además del prioritario control de la pandemia que cabalga desbocada en su país, nuevas oportunidades económicas y educativas para todos los norteamericanos, mientras intentan aliviar las profundas heridas abiertas tras años de discursos y hechos que alentaron la discriminación, la desigualdad, la injusticia racial y las mentiras, especialmente las mentiras que lo distorsionan todo haciendo tambalear a una de las democracias más estables del mundo.

La agenda de Biden y Harris también exhibe inmensos retos para reencauzar hacia el multilateralismo la gravosa política exterior de Trump que renunció a su liderazgo internacional y a aliados claves por su desprecio de la diplomacia. La lucha contra el cambio climático desestimada por el negacionismo del magnate y el restablecimiento de un sistema migratorio y políticas fronterizas dignas también serán cruciales en el nuevo Gobierno.

Kamala, la primera fiscal de distrito negra y la primera fiscal general en la historia de California; la primera indio-americana en llegar al Senado y ahora primera mujer, y además negra, con raíces asiáticas, en ser vicepresidenta, ha rendido reiterados homenajes a las mujeres de su país que lucharon y se sacrificaron por la igualdad, la libertad y la justicia, de las que dice son la columna vertebral de la democracia; tiene ahora una oportunidad para cambiar la historia. Como su madre, una investigadora contra el cáncer de mama, nacida en la India –que arribó a Estados Unidos, cuando apenas tenía 19 años– le enseñó que no se puede quedar sentada, debe hacer algo, y ese algo pasa por ejercer su comprobado liderazgo para restaurar el lugar de la verdad extraviado en su nación.