Europa contiene el aliento y se aferra a las nuevas medidas adoptadas para controlar la segunda ola de la pandemia en desbocado ascenso. Los contagios no ceden y las autoridades sanitarias de los distintos países considerarán acciones más drásticas frente a quienes se resisten a cumplir las restricciones. El implacable invierno amenaza con convertirse en una espada de Damocles para millones de ciudadanos temerosos de un nuevo y prolongado encierro, que daría la estocada final a sus agónicas economías.

En España, el anuncio del presidente Pedro Sánchez acerca de la gravedad de la situación allanó el camino para un inminente estado de alarma. En una declaración pública, anticipó “meses muy duros” y pidió “unidad” para afrontar esta nueva fase de la crisis, en la que el número “real” de personas que estuvieron o se encuentran actualmente infectados sobrepasa los “tres millones”. La cifra oficial reconoce solo un millón. Las verdades a medias.

Toques de queda nocturnos y confinamientos territoriales en Francia, donde superaron el millón de contagios tras un nuevo récord de más de 42 mil casos en 24 horas, y en Italia, que se acerca a umbrales críticos para sus servicios de salud. Igual ocurre en Portugal, según revelaron sus autoridades preocupadas por días complicados y con elevada presión sobre el sistema sanitario. En Gales comenzó un ‘reconfinamiento’ general, Alemania regionalizó sus medidas para impedir un colapso económico, y en Bélgica el toque de queda nocturno resultó insuficiente. Vaya panorama.

La evolución de la pandemia es dramática en Europa, la segunda región más afectada en el mundo y con el mayor número de nuevos casos: más de 213 mil ayer viernes, por encima de las Américas. Los habitantes del Viejo Continente afrontan, otra vez, los embates de este virus agobiante e impredecible que, lejos de ser dominado, demuestra su renovada capacidad de aguarle la fiesta a más de uno, pero ni así las personas son capaces de entender que desafiarlo es el peor error.

445 mil personas se contagian a diario en el mundo, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS), con lo que el total – desde el inicio de la pandemia – asciende a 41,5 millones. Vale la pena precisar que estos son los diagnosticados porque la gran mayoría, pacientes asintomáticos de regiones distantes y con enormes carencias en salud, hacen parte de un subregistro estrepitoso, difícilmente conocible en el corto plazo. Este nuevo récord de casos diarios tendría que llamar a la cordura a los desjuiciados que se resisten a mínimos de disciplina social y a reducir sus desplazamientos y contactos: ¿será que se convencieron, al mejor estilo de Trump, que son inmunes? Cuidado, muchas personas enfermas y recuperadas, desde hace meses, están volviendo a resultar contagiadas, los reinfectados. Como la peor de las pesadillas, la Covid-19 repite.

Persistir en la terquedad no es de buen pronóstico. Circulan en redes sociales convocatorias a fiestas secretas para festejar Halloween en exclusivas propiedades y establecimientos privados de Barranquilla y el Atlántico, dispuestos a hacerle el quite a la norma. Los que convocan y están listos a asistir, o incluso quienes están organizando sus propios eventos en los salones sociales de sus conjuntos defienden sus argumentos, a su juicio, inmancables. Justifican que es una fecha para celebrar, para compartir con amigos y vecinos y pasar un rato divertido con los niños de la familia. Mejor dicho, todo lo que no se debe hace, es lo que muchos están planeando hacer: ¿qué parte de no debemos movernos ni mezclarnos más de lo estrictamente necesario es lo que seguimos sin entender?

La responsabilidad individual frente al coronavirus empieza por casa. Ya está bueno de falsas y erróneas razones, que en realidad son intentos vanos de exculpar obstinaciones, cada uno a su estilo. No vaya a ser que el malhadado virus luego pase cuenta de cobro. Persistir en las limitaciones de una vida acechada por el virus es sensato. Exponerse, por el contrario, es una tontería del tamaño de una catedral.