El vertiginoso ciclo electoral que terminó con la escogencia de Gustavo Petro como presidente de los colombianos descubre un nuevo, y por qué no, esperanzador rumbo político en el país. La demostración más convincente del actual momento, en el que distintos sectores, pese a sus recalcitrantes antagonismos, hablan de construir futuro y de recuperar consensos, se produjo con el encuentro, impensable hasta hace pocos días, entre el mandatario electo y el expresidente Álvaro Uribe. Dejándose guiar por el sentimiento de poner primero a Colombia, expresado por él mismo en la noche de la segunda vuelta tras reconocer el mandato de las urnas, Uribe acudió a conversar con el líder del Pacto Histórico, y lo hicieron durante varias horas, sobre sus “visiones diferentes de la misma patria”. Así, sin mayores dramatismos ni tensiones, se produjo el diálogo que mantuvo en vilo a buena parte de los ciudadanos.

En sentido estricto, este cara a cara entre dos pesos pesados de nuestra política, que muchos confían en que pueda reescribirse tras la elección del primer presidente de izquierda de la historia, es de alcance descomunal. En sus mensajes iniciales, tanto Petro como Uribe, se mostraron conciliadores, respetuosos y tolerantes, lo que no significa que de un momento a otro hayan superado sus diferencias. ¡Por supuesto que no! Pero leer entre líneas es clave para entender que con voluntad política y talante democrático, sin renunciar a los valores que uno y otro defienden, es posible edificar una nueva Colombia capaz de encarar las crisis sociales, políticas, económicas o institucionales que nos sacuden. Ninguna decisión de fondo será viable si son el resultado de imposiciones o revanchismos. Gobernar pensando en el bien común, también en el de quienes no acompañaron ni respaldaron su propuesta, debe ser el irrenunciable compromiso de quienes asumirán el poder a partir del 7 de agosto.

Más que nunca, la gran lección que deja este encuentro entre contradictores tan radicales, y que constituye en sí mismo un progreso en el espinoso trámite de reconciliarnos, es que sí somos capaces de gestionar profundos disensos o desavenencias a través del diálogo, en vez de los insultos o peores formas de violencia, a las que nos hemos, insólitamente, acostumbrado. Tras reconocer su derrota en las urnas, Uribe anticipa que ejercerán una “oposición razonable”, aprobando temas en los que se puedan cerrar acuerdos “sin cálculo”, discrepando cuando haga falta, como es de esperarse, pero sobre todo, manteniendo un “canal de diálogo”, el cual es indispensable para explorar espacios de acercamiento o entendimiento. Porque, pese a las inquietudes del uribismo sobre el impacto de la reforma tributaria, la actuación de la JEP en el caso de la fuerza pública o los términos de la transición energética, también hubo “puntos comunes” en el encuentro, como lo indicó el presidente electo que anunció que la conversación seguirá abierta.

“No es hora de pasar factura”, dijo Uribe. Pero, ciertamente también es la disposición que parece orientar las acciones del próximo mandatario, a quien horas antes se vio abrazado con el excandidato Rodolfo Hernández. Ambos, así lo expresaron de manera pública, encontraron coincidencias -la verdad es que las tenían desde antes- con vistas a “avanzar en políticas para construir país” y así arrancar el cambio que sedujo a sus millones de votantes. Lo propio ha sucedido con fuerzas políticas que se están deslizando hacia el Pacto Histórico para dar formar al llamado Acuerdo Nacional, una aplanadora que hará historia en el Congreso. De eso no hay duda. Sin embargo, que no falten los cuestionamientos ni las críticas, el unanimismo nunca ha sido buen consejero, mucho menos del Gobierno, que puede terminar enceguecido de soberbia, cuando lo que se requiere es que tengan los pies bien puestos sobre la tierra para liderar la reconciliación de un país que se niega a tender puentes para sanar sus viejas y destructivas rencillas. Petro y Uribe ya han dado un primer paso.